La izquierda anticristiana no puede asistir indiferente a la entrada en vigor de la nueva Constitución húngara, que proclama sin complejos las raíces cristianas del país magiar. Para ello, recurre a lo que mejor sabe hacer, que es mentir y manipular, presentando al gobierno de Viktor Orbán como fascista. Hoy El País titula en primera página: "Hungría se desliza hacia el fascismo". En la edición digital puede leerse el artículo de Paolo Flores D'Arcais (ateo militante italiano), que compara al gobierno de Budapest nada menos que con el nazismo. ¿Pruebas? ¿Hechos concretos? Ninguno en absoluto. Ni en esta soflama, ni en el texto de información complementaria se aduce algún ejemplo claro que indique que en Hungría se están lesionando los derechos humanos, salvo la no renovación de la licencia de una emisora de radio y el despido de dos periodistas de medios públicos. Hechos difíciles de juzgar sin conocer los detalles, y que ocurren de vez en cuando también por aquí. Por lo demás, resulta paradójico que entre las leyes que, según El País, han hecho "saltar las alarmas" de la UE, se incluya la anulación de la prescripción de los delitos cometidos bajo la dictadura comunista. Los mismos que defienden a Garzón por querer juzgar al franquismo se escandalizan de que se pretenda hacer algo similar con el comunismo; mil veces más homicida y represor, por cierto.
Las calumnias vertidas contra el texto constitucional húngaro (irreprochable desde el punto de vista liberal y democrático, aunque todo sea mejorable en esta vida) ya las analicé en su momento, por lo que no me repetiré. Lo que quiero destacar ahora es el temor de la izquierda a que el ejemplo de Hungría pueda cundir. Ya puso todo su empeño en que la constitución europea no reconociera el papel del cristianismo en el origen de nuestra civilización, y no van a permitir ahora que desde ningún país se atreva nadie a cuestionar el pensamiento único relativista. Para ello no dudan en explotar además las dificultades económicas por las que atraviesa el país de Liszt y Béla Bartók, como si la España de Zapatero las hubiera sorteado con mayor eficacia. Pero es que si hablamos de economía, lo que está claro es que la ingeniería social antinatalista (divorcio exprés, matrimonio gay, aborto libre, adoctrinamiento en la ideología de género, etc) nos conduce aceleradamente al desastre económico del invierno demográfico. Por ello, la constitución de Hungría, con su decidido apoyo a la familia y a la vida, marca el camino que debe seguir Europa si quiere escapar a la decadencia y la extinción cultural. Francisco José Contreras, coautor del imprescindible Nueva izquierda y cristianismo, que reseñé hace poco, ya puso de manifiesto la cuestión de fondo en un artículo de la pasada primavera, ¡Viva Hungría! Y nos lo ha vuelto a recordar, esta vez más en relación con la estricta actualidad española en otro artículo de obligada lectura, Parte de guerra cultural. Porque lo que ocurre en Hungría también nos interesa. La izquierda se ha dado cuenta, con su habitual instinto. Ahora solo falta que se dé cuenta la derecha.