Los medios de comunicación, como solo un progre (o un centrista) se atreverán a negar, están ampliamente dominados por el progresismo, que inspira desde las secciones de política nacional e internacional hasta las de cultura e incluso, no pocas veces, del corazón, cada vez más reducido a revolcarse en las indecencias y guarradas de los programas de Tele5. El sesgo anticonservador es a veces cómicamente sutil, como por ejemplo en este titular de la web de RTVE: "El católico Newt Gingrich gana frente al moderado Mitt Romney en Carolina del Sur". Hubiera sido más congruente, ya que se alude a las convicciones religiosas de uno de los candidatos, referirse al "mormón Mitt Romney". Se nota que el redactor no ha resistido la tentación de oponer, implícitamente, el catolicismo a la moderación.
Pero una cosa es el sesgo ideológico y otra la propaganda alevosa, en el mejor estilo totalitario. En esto, el maestro de maestros es el diario El País. Dirigido a un tipo de lector que, solo por ello, se hace la ilusión de pertenecer a la élite cultivada, frente al "populismo" de la derecha (ya saben, los pedantes que creen, y hasta repiten en el bar sin ruborizarse, necedades del tipo "no hay que legislar en caliente", etc), esta cabecera se caracteriza por bordar dos géneros de la literatura propagandística. A saber: El artículo doctrinal (con frecuencia mereciendo los honores de editorial) que marca la senda ideológico-política, en plan directrices del Comité Central del Partido; y el libelo que señala el blanco a abatir, la persona a la que hay que destruir porque se atreve a enfrentarse a pecho descubierto con algún tabú del establishment izquierdista.
Para ello no retroceden ante los métodos más sórdidos, como las insinuaciones sobre la vida privada, sean verdaderas o falsas. Un ejemplo lo tenemos en el reportaje contra la juez María del Coro Cillán, que ha osado reabrir el caso del 11-M. Recurriendo a personas enemistadas con la magistrada, se atreven a lanzar pérfidas acusaciones de afición a la bebida, y de tener una relación sentimental con un abogado designado por ella como administrador judicial, en un caso insignificante que nada tiene que ver con el 11-M. El método denigratorio recuerda, aunque de momento no haya llegado a tal extremo, al que se empleó para destruir civilmente a Pedro J. Ramírez, por sus investigaciones sobre los GAL. Hurgan en las debilidades o intimidades (reales o inventadas) propias de todo ser humano para obligarle a desistir, enviándole el mensaje inequívoco de que se está enfrentando a gente demasiado poderosa.
No podemos cansarnos de denunciar la constante y despiadada guerra sucia que practica el progresismo contra todo aquello y todo aquel que se opone a su hegemonía absoluta. La verdad les importa una mierda, porque nunca han creído en ella. ("La libertad os hará verdaderos", dijo Zapatero, en una satánica inversión de la aserción evangélica.) Solo creen en el poder, al cual idolatran si es el de los suyos. Por eso se niegan a investigar el 11-M, y en cambio escarban en la vida privada de quienes sí se atreven a hacerlo.