Franco fue un dictador. Franco fue de derechas. La primera proposición no se puede discutir, salvo que cambiemos el uso habitual de las palabras por otro más excéntrico, en el que dictador signifique algo en lo cual no encaje la figura del militar gallego. La segunda proposición ha sido discutida, aunque con nulo éxito. Hay quien ha propuesto algo así como el silogismo siguiente: La izquierda es estatista. Franco era estatista; luego Franco era de izquierdas. Por supuesto, este silogismo es lógicamente tan falaz como uno que afirmara que los perros son mamíferos, Juan es un mamífero; luego Juan es un perro. Pero es que además podemos incluso cuestionar las premisas. No toda izquierda es estatista (al menos, en teoría). Y no todo autoritarismo es necesariamente estatista. Es decir, un estado puede no ser democrático, y aún así reducido y poco invasivo.
Parece claro que el franquismo fue de derechas en dos sentidos que suelen adscribirse a este término: la defensa de un estado reducido (el estado franquista equivalía grosso modo a una tercera parte del actual, en relación con el PIB) y la fundamentación ideológica en los principios de la moral católica. Por supuesto, en la derecha no predomina el liberalismo económico, ni antes ni ahora. En el régimen de Franco había un sector tan importante como el falangista, claramente antiliberal. (De la derecha actual no quiero hablar ahora, que me pongo de mal humor.) Pero lo que importa es que Franco era el que mandaba, y supo intuitivamente equilibrar los delirios nacional-sindicalistas con las mucho más sensatas nociones económicas de los cerebritos del Opus, para entendernos. El resultado no fue, ni mucho menos, plenamente coherente, pero sí aceptablemente liberal: progreso sostenido de la renta per cápita, tasas de paro prácticamente nulas y niveles de libertad individual muy superiores a los de Europa Oriental. Los españoles podían vivir donde querían (incluido el extranjero), trabajar e invertir donde querían, tener propiedades y beneficios, y la censura era cada vez más laxa.
El segundo aspecto (moral católica) tampoco creo que suscite muchas discrepancias. De hecho, la izquierda sigue, casi cuarenta años después de muerto Franco, recriminando a la Iglesia el haber apoyado a su régimen, en lugar de dejarse masacrar dócilmente por el Frente Popular. Por supuesto que la derecha, al igual que ocurre con el liberalismo económico, está muy lejos de ser por definición católica, especialmente en nuestros días. Pero lo cierto es que la España de Franco era un país en el que no existía el divorcio, las familias eran mucho más estables y predominaba un notable "orden burgués" (baja delincuencia, disciplina en las aulas, decencia en los medios de comunicación). Sería erróneo atribuir este orden exclusivamente a un efecto colateral de la dictadura: ejemplos como el de Venezuela demuestran que cierto tipo de autoritarismo es perfectamente compatible (por no decir cómplice) con elevadas tasas de criminalidad e inseguridad ciudadana.
Sentadas las precisiones anteriores, propongo la siguiente tesis: La izquierda odia mucho más al Franco derechista que al Franco dictador, aunque suele querer hacernos ver lo contrario, con el fin propagandístico de identificar derechismo y autoritarismo. Tres son las razones en las cuales se puede sustentar esta tesis.
En primer lugar, con las dictaduras de izquierda (léase Cuba, y antaño la URSS y la China maoísta), nuestros progresistas nunca han manifestado escrúpulos comparables, ni siquiera hoy, en que siguen negándose a condenar el comunismo con la misma intensidad con la que condenan el fascismo, pese a que el primero ha causado en el siglo XX muchas más muertes, debido posiblemente a su mayor duración y extensión. En el caso de España, esto lleva a relativizar y disculpar los crímenes del Frente Popular y del antifranquismo violento, como el de ETA. Esto nos inclina a pensar que, aunque no lo confiesen abiertamente, para ellos hay dictaduras malas y dictaduras buenas. Y las buenas son las suyas, obviamente.
En segundo lugar, la izquierda siempre ha exagerado las muertes y represalias atribuidas al franquismo, presentándolo como un régimen de terror que estuvo matando hasta el último minuto. En realidad, la mayor parte de condenas a muerte ejecutadas (que se calculan en torno a doce mil) recayeron en criminales con las manos manchadas de sangre durante la guerra civil o en terroristas que actuaron en tiempos de paz, como los integrantes del FRAP ejecutados apenas dos meses antes de la muerte del general Franco, en medio de una campaña internacional de protestas. Si el régimen franquista hubiera sido tan asesino como el de los actuales Irán o Corea del Norte, difícilmente hubiera llamado la atención el fusilamiento de cinco terroristas. Lo cierto es que la España de los años 60 y 70 era un país donde sólo comunistas y sobre todo terroristas corrían verdaderos riesgos, y aún así, los primeros campaban casi a sus anchas en la Universidad y en la Iglesia, cada vez más infiltrada. Finalmente, a la muerte de Franco, el régimen se autodisolvió pilotado por el sucesor del Jefe de Estado, el rey Juan Carlos, y el secretario general del Movimiento, Adolfo Suárez.
En tercer y último lugar, la izquierda tampoco disimula, después de todo, su odio a los valores del mercado, la familia y el orden. Desde antiguo ha puesto bajo sospecha a los empresarios y comerciantes, ha cuestionado la autoridad paterna y ha saboteado con gran éxito la autoridad de maestros y agentes del orden. El resultado es la difusión de una mentalidad estatista y libertaria a la vez, que ha alimentado por un lado a un Leviatán estatal, entorpecedor de la libre iniciativa y causante, con sus regulaciones, de una tasa de desempleo que provoca rubor; y por otro un aumento notable de las familias desestructuradas, los abortos, el fracaso escolar, la delincuencia y la drogadicción.
Ante estos hechos objetivos, existen varias posiciones. Una es la de la izquierda, consistente en negarlos, atribuirlos a causas falsas o incluso interpretarlos como fenómenos loables, como manifestaciones de libertad. Así, a la degradación de la institución familiar se la presenta como una eclosión de "otros modelos de familia" que antes estaban reprimidos; y al aborto como un "derecho" de la mujer. El paro se atribuye a los siniestros mercados, que (por alguna razón incomprensible) no querrían que hubiera más producción, ni más consumo. Y el aumento de la delincuencia se relaciona con la pobreza, cuando si analizamos los datos, la relación es exactamente la inversa: en la España más pobre de los años sesenta había muchos menos robos, asesinatos, etc. Y también menos policías, proporcionalmente.
Otra actitud posible, aunque muy minoritaria, es la que atribuye las patologías sociales de nuestros días a la democracia en sí. Todo sistema político tiene ventajas e inconvenientes, pero no hay ninguna razón a priori por la cual la democracia deba estar unida al paro o a la delincuencia. Existen suficientes ejemplos en contra para que ahora sea preciso detenernos en ello. El problema surge cuando, bajo el disfraz de la democracia, la izquierda intenta implantar un régimen en el que no exista verdadera alternancia, cosa que por cierto sólo puede lograrse con la complicidad, la estolidez o la cobardía de la derecha.
Esto está conectado con una tercera actitud muy extendida entre la derecha, consistente en maldecir el franquismo por haberle acarreado tan mala fama. Es la que exponía Josep Martí en un interesante libro, que reseñé en su día, titulado Ets de dretes i no ho saps ("Eres de derechas y no lo sabes"), en el capítulo titulado precisamente "Maldito Franco". Según Martí (traduzco del catalán), "la persona que ha hecho mas daño al ideario conservador es Francisco Franco Bahamonde", porque ello ha sido aprovechado por la izquierda para "la identificación del tirano con los valores conservadores". Sin embargo, la reacción de la derecha ante esta estrategia no ha podido ser más torpe. En lugar de distinguir entre el dictador y el derechista, tratando de cortocircuitar esa falaz identificación, la derecha política, representada principalmente por el PP, o bien ha rehuido el debate (dejando a la izquierda todo el campo libre de la cultura), o bien ha renegado del franquismo como un todo (como hace de hecho Martí), aceptando con ello, implícitamente, las tesis izquierdistas.
En lugar de ello, propongo una cuarta actitud, que consiste, como acabo de sugerir, en diferenciar entre el Franco dictador y el Franco de derechas. Podemos entrar en un debate sobre si hubiera sido posible impedir la guerra civil y la dictadura, pero se trata de una discusión estéril, por ucrónica. Más fecundo es reivindicar el Franco conservador, que precisamente por ser tal, eludió las brutalidades y disparates revolucionarios de los fascismos. En contra de la fábula que se nos ha tratado de inculcar en las últimas décadas, no sólo Franco no fue un dictador por ser de derechas, sino que fue este carácter de su pensamiento el que permitió dulcificar el aspecto dictatorial de su régimen, y que la prosperidad se abriera paso. Las principales amenazas que se ciernen hoy sobre España proceden de la baja natalidad, el excesivo endeudamiento y el separatismo, fenómenos a su vez estrechamente relacionados con el desprestigio de la familia tradicional, y con el olvido de valores cristiano-burgueses como el ahorro, la austeridad y el respeto a la ley. Casualmente, instituciones y valores típicamente de derechas.