lunes, 5 de marzo de 2012

Premisas discutibles

El artículo contra las guías de lenguaje no sexista, publicado por la Academia de la Lengua, ha sido saludado como una crítica valiente. A mí me parece que, siendo muy atinado, resulta insuficiente, aunque otra cosa seguramente supondría salirse del campo estrictamente lingüístico. El autor empieza admitiendo que acepta las premisas de partida de la corrección política feminista, aunque no comparta todas sus conclusiones en la materia que le atañe. Las premisas que enumera son las siguientes:

1) La mujer sufre aún discriminación en la sociedad actual (más allá de casos aislados, se entiende).
2) Existen comportamientos verbales sexistas.
3) Numerosas instituciones han abogado por el uso de un lenguaje no sexista
4) Es necesario incrementar la igualdad social entre hombres y mujeres y lograr que la presencia de la mujer en la sociedad sea más visible.

De estas premisas, solo estoy de acuerdo con la 2 y la 3, aunque son de carácter trivial. Existen comportamientos verbales sexistas, aunque casi siempre son inconscientes e insignificantes. El autor pone algunos ejemplos, así: “En el turismo accidentado viajaban dos noruegos con sus mujeres”; o “los ingleses prefieren el té al café, como prefieren las mujeres rubias a las morenas”. En ambas frases, implícitamente se sugiere que los  hombres son el sujeto principal, mientras que las mujeres son simples acompañantes de quienes sufren accidentes o de los ingleses. Pero este tipo de deslices cada vez son menos frecuentes, y desde luego es muy difícil verlos en medios de comunicación (es más frecuente encontrar faltas ortográficas o sintácticas).

La tercera premisa es indudablemente cierta pero no prueba nada. Que ayuntamientos, universidades y otro tipo de organismos públicos aboguen por el lenguaje no sexista es algo a lo que estamos acostumbrados, y lo que deberíamos preguntarnos es si el tiempo dedicado a estos golpes de pecho políticamente correctos sirve para algo.

En cuanto a la cuarta premisa, se desprende de la primera, que paso a abordar sin más: ¿Es cierto que persiste una fuerte discriminación de la mujer en nuestra sociedad? Ante todo, cabe discutir que la respuesta sea un sí o un no rotundo. Si comparamos nuestra sociedad, por ejemplo, con la de Arabia Saudí, es evidente que aquí existe una innegable igualdad social entre hombres y mujeres, no solo legal, sino de hecho. A nadie le sorprende que le atienda una doctora, o que le lleve al trabajo un autobús conducido por una mujer, o encontrarse en un juzgado con una jueza, o en la calle con una policía. Por tanto, cuando decimos que existe discriminación, nos referimos a la ausencia de paridad, a que todavía hay más hombres que mujeres en muchos puestos y circunstancias. El autor se refiere concretamente a los casos de violencia doméstica y acoso sexual, las diferencias salariales, las condiciones de capacitación laboral, la imagen de la mujer en la publicidad como “objeto sexual”, el reparto de las tareas domésticas y otras más vagas, como “la actitud paternalista que algunos hombres muestran hacia las mujeres”. (¿Entiende por ello que se ceda el paso, o el asiento, a una señora? Si se trata de eso, puede estar tranquilo, porque estas viejas normas de urbanidad van cayendo en desuso. Desgraciadamente.)

Según la RAE, discriminar tiene dos acepciones, “seleccionar excluyendo” y “dar trato de inferioridad”. Ahora bien, si yo maltrato a alguien, abusando de mi fuerza, no lo estoy discriminando necesariamente. No estoy diciendo “yo te maltrato porque tengo derecho a ello, puesto que soy tu superior”, sino que simplemente estoy haciendo uso ilegítimo de mi fuerza. Decir que toda violencia del hombre contra la mujer es violencia machista es tan absurdo como lo sería decir que si un ladrón atraca a un negro, es por racismo, necesariamente. Esta es una de las falacias más repetidas de la ideología de género. En todo caso, en una relación individual, es bastante irrelevante la motivación ideológica que puede aducir un maltratador.

Esto llega al absurdo cuando ya no se habla de maltrato, sino de reparto de tareas domésticas. Es cierto que en muchos hogares, determinadas tareas las realizan las mujeres, y que los hombres a veces tendemos a eludirlas, ya sea porque somos más torpes, o fingimos serlo, o no nos molestamos en aprenderlas. Pero de ello no se infiere que las tengamos por inferiores, sino, o bien que somos más vagos, o bien que efectivamente existe una predisposición psicogenética (no meramente cultural) a cierta división del trabajo. Posiblemente la verdad sea una mezcla de ambas cosas. Si esto último escandaliza a las feministas no es porque tengan pruebas en contra, sino porque entienden que sirve para justificar el rol de la mujer como ama de casa. Pero que una afirmación pueda ser usada de un modo u otro no nos indica nada acerca de su verdad o falsedad. La corrección política deliberadamente reduce todo juicio sobre verdad o falsedad a un juicio moral, con lo cual se convierte en el dogmatismo más extremo, que no solo sostiene la verdad absoluta de sus premisas, sino que ni siquiera admite que se plantee esa cuestión.

En cuanto a la presencia de la mujer en el mercado laboral, mi argumentación es análoga. Que haya más hombres que mujeres en determinados puestos no implica necesariamente que ello sea debido a una discriminación; puede deberse a otras causas, como las siguientes:

1) Puede ser que las mujeres prefieran determinadas profesiones o cargos a otros. Aunque el salario medio del hombre sea superior al de la mujer, esto podría indicar solo una preferencia de los varones por ciertas profesiones cualificadas y bien pagadas, así como una mayor disponibilidad para asumir puestos de responsabilidad que entrañan ausencias más prolongadas del hogar.
2) Que en determinados puestos se requieran determinadas características fisiológicas (fuerza física, estatura, etc) no significa que haya voluntad discriminatoria, salvo que la selección de esas características fuera arbitraria y deliberadamente ideada para excluir a las mujeres.

Por supuesto que en determinadas empresas se puede discriminar a la mujer por ideas preconcebidas acerca de su capacidad. No es mi idea negar que la discriminación exista, sino que sea el gran problema social que nos pretenden hacer ver. Pero posiblemente, la mayoría de los trabajos donde persisten prejuicios machistas ni siquiera valga la pena luchar por ellos. ¿Tan importante es que haya pocas, o ninguna, mujer encofradora? ¿Se pierden realmente algo, con todos los respetos por los encofradores?

La menor presencia de las mujeres en determinadas profesiones u oficios puede ser debida a prejuicios discriminadores o no, pero en todo caso, no es ella misma discriminación y no es necesariamente algo digno de lamentar. También existen muchas menos mujeres presidiarias que hombres, y no he sabido de ninguna feminista que vea en ello alguna discriminación de las fuerzas policiales a la hora de efectuar detenciones, o de las organizaciones criminales a la hora de reclutar mano de obra...

Decir que la mujer está discriminada porque hay más hombres en consejos de administración es ir más allá de la igualdad de hombre y mujer ante la ley. Es como decir que hay discriminación porque la prostitución es un negocio mayoritariamente centrado en la demanda masculina. Es negar que existan diferencias psicológicas y fisiológicas entre hombres y mujeres. Sostener que estas diferencias existen está basado en una evidencia empírica abrumadora, y no implica en lo más mínimo hablar de superioridad de un sexo sobre otro. Si yo afirmo que los negros tienen un especial talento para la música ¿soy racista por ello? ¿Estoy diciendo que deberían seguir estudios musicales pero no de economía? Sostener algo así sería una imbecilidad, pero en el caso de los debates sobre cuestiones de sexo, esta imbecilidad es la norma. Si alguien osa afirmar, por ejemplo, que las mujeres poseen un determinado instinto maternal, se le acusará de defender que su única misión en la vida es parir y limpiar mocos.

El problema de la ideología de género, y de la corrección política en general, es que negar sistemáticamente la realidad de las cosas conduce directamente al despotismo. Cuando no solo no se pueden sostener determinadas afirmaciones, sino que resulta sospechoso hacer determinadas preguntas, o manifestar dudas, sin ser estigmatizado por ello, el debate libre deja de existir y las condiciones para la democracia liberal se erosionan. Por eso no basta quedarnos con lo superficial de la corrección política, con sus ridiculeces lingüísticas, sino que hay que ir al fondo y poner en cuestión sus premisas. Porque no se trata de una mera cuestión de palabras, sino de poder político y libertad, como el mismo autor reconoce cuando advierte de las propuestas de la Junta de Andalucía de imponer multas a quienes se desvíen del uso políticamente correcto. Si por decir "compañeros" en lugar de "compañeros y compañeras" te pueden sancionar, ¿qué habría que hacer con este blog? ¿Cerrarlo? ¿Meter en la cárcel a su autor?