domingo, 11 de marzo de 2012

Lecciones de conspiranoia

Ocho años después, siguen existiendo dos posturas irreconciliables ante los atentados del 11-M. Unos aseguran saber perfectamente lo que ocurrió, gracias a las investigaciones policiales y los procesos judiciales; en todo caso solo quedarían por aclarar detalles menores. Otros seguimos sin saber quién planeó y ordenó los atentados, y por tanto no podemos conformarnos con la tesis oficial, que se detiene en la trama islamista, sin plantearse si podría haber otra cosa detrás o por encima de ella.

Las razones de los inconformistas son de dos tipos. Primero me referiré a las más habituales en los debates. Son las basadas en las numerosas irregularidades policiales y judiciales que han sido dadas a conocer por unos pocos medios de comunicación. Este es un tema complejo en el que los oficialistas se atrincheran con facilidad, confundiendo a la opinión pública con un manejo aparentemente desenvuelto de los pormenores del caso. Por supuesto, parecida crítica podría hacerse a quienes cuestionan la versión oficial, pero hay algo que distingue ambas posturas.

Los oficialistas, aunque con frecuencia se internen en discusiones de detalle, al final siempre se refugian en argumentaciones de tipo formalista, que dan pie a dudar de su sinceridad o de su íntimo convencimiento. Así, dicen que ellos confían en la Justicia, mientras que los "conspiranoicos" (como nos llaman) cuestionamos el Estado de derecho. O afirman que lo importante no era la marca del explosivo, sino que basta con saber que era dinamita (después de la matraca que dieron con la Goma 2 Eco.) O, ya rozando el ridículo, que es absurdo reabrir un caso de obstrucción a la Justicia, porque semejante delito ya habría prescrito. Esto es tan absurdo como si a alguien que tuviera algo nuevo que decir sobre el asesinato de Kennedy le replicáramos que ya no tiene sentido seguir investigando, porque no podemos dudar del sistema democrático de los Estados Unidos; o que no importa qué arma fue la utilizada para matar al presidente, sino que basta con saber que se trató de un fusil... O que el magnicidio ya habría prescrito.

Quien de verdad quiere saber la verdad sobre algo no hace distinciones entre la verdad judicial y la material. No hace profesiones de fe sobre los maravillosos jueces y policías de nuestro sistema democrático. Si de verdad valoramos el Estado de derecho, trataremos de arrojar luz sobre cualquier sombra de duda que se cierna sobre él. El repetir de manera apriorística que nuestra democracia es ejemplar no ayuda para nada a que realmente lo sea. Toda persona adulta sabe que hay policías y jueces corruptos, que se mueven no por criterios de estricta profesionalidad, sino de ambición económica o política. El Estado de derecho no es aquella Arcadia feliz en la que tales personas no existen, sino aquel sistema lo suficientemente afianzado para detectar a los corruptos y expulsarlos de las estructuras del Estado. E incluso esto no deja de ser un ideal que no siempre se cumple, por desgracia. El ejemplo del asesinato de Kennnedy ilustra perfectamente las limitaciones de una de las democracias más sólidas del mundo.

El segundo tipo de razones de quienes no nos conformamos con la versión oficial surge de la comparación del 11-M con otros atentados islamistas. La fecha del atentado, tres días antes de unas elecciones generales; el hecho de que los autores materiales no se inmolaran en los trenes, sino que varios de ellos lo hicieran semanas después, en un piso sitiado por la policía; la implicación de elementos del hampa y confidentes policiales; el uso de teléfonos móviles con tarjeta que permitían a la policía seguir la pista con sorprendente facilidad... Incluso si ponemos en duda las informaciones sobre irregularidades policiales, los atentados de Atocha son demasiado singulares para que podamos aceptar las apariencias sin más.

Pero estas consideraciones serían harto incompletas si no aludiéramos al componente ideológico. La mayoría de los oficialistas son del sector "progresista". Cierto que en la derecha no existe una unanimidad sin fisuras, porque al igual que ocurriera con el asunto de los GAL, determinados medios de comunicación conservadores estarán siempre a lo que digan las autoridades. Pero dejando de lado esta deformación del conservadurismo, que antepone las formas a los principios, lo que es obvio es que la izquierda, sin excepción, ha cerrado filas en torno a la versión oficial.

Los motivos son obvios. La utilización mediática del atentado benefició al PSOE, que ganó las elecciones de 2004 contra todo pronóstico. Todavía hoy se sigue repitiendo el mantra de que el gobierno de Aznar mintió al atribuir los atentados a ETA. Esto es falso o, como mucho, una media verdad. Al principio, todo el mundo (el lehendakari Ibarretxe, el diario El País, etc) creyó que había sido ETA. A las pocas horas (noche del jueves), sin embargo, fue el propio gobierno, a través del ministro Acebes, quien informó a la población de una segunda línea de investigación, centrada en la implicación islamista. Y el ministerio del Interior siguió informando de los progresos en esta dirección hasta escasas horas antes de que abrieran los colegios electorales. El error del gobierno fue dar a entender que privilegiaba una determinada línea de investigación, pero eso no es mentir. Mentir es lo que hizo la cadena SER, afín al PSOE, diciendo que se habían hallado cadáveres de terroristas suicidas en los trenes.

Ahora bien, mientras no sepamos quién está detrás de los atentados del 11-M, la izquierda seguirá repitiendo impunemente su tesis de que el gobierno mintió, y por eso perdió aquellas elecciones. En realidad, lo que ocurrió es que, bajo la capa de la impostada indignación por la supuesta falta de transparencia del gobierno, la izquierda inoculó y amplificó un mensaje perverso: Que el 11-M era un acto de la guerra de Iraq, en la que nos había metido Aznar. O sea, que había que votar a Zapatero, quien había prometido sacarnos del país mesopotámico. Dicho crudamente, demos la razón a los terroristas con tal de tener la fiesta en paz.

Todo este relato se cae, evidentemente, en el momento en que alguien cuestiona la tesis oficial. Aunque el 11-M no haya sido cometido por ETA, si tampoco es lo que nos dicen los oficialistas, un atentado islamista puro, entonces toda la película de la izquierda basada en el malvado Aznar que se fotografió en las Azores al lado de Bush y Blair pierde la mitad de su gracia. Y mucho peor, pueden quedar como encubridores de los verdaderos culpables, sean quienes sean. Por eso los progresistas de los medios, de la judicatura y de la política se revuelven y destilan bilis cada vez que alguien les cuestiona su historieta preferida. Se juegan mucho.