En la televisión veo a una señora protestar por la falta de información de una compañía aérea que ha cancelado su vuelo a Nueva York debido al huracán Irene. ¿Es que esta mujer dispuesta a cruzar el Atlántico no es capaz de informarse mínimamente de en que mundo vive? ¿No lee periódicos, no escucha la radio, no ve la televisión, no se conecta a internet? ¿Tendrá alguien -la empresa, el gobierno- la culpa de su ignorancia o de su descomunal despiste?
Esa misma tarde me entero de que un tribunal laboral brasileño ha condenado a McDonald's a indemnizar a un trabajador que engordó 30 kilos porque parte de su trabajo consistía en probar diariamente la comida del restaurante. ¿Es que alguien le obligó a aceptar ese empleo? ¿Es que además le forzaban a tragarse entera la hamburguesa que debía degustar?
Por no hablar de las sanciones astronómicas contra las tabaqueras, como si estas intimaran a la gente a punta de pistola a que fumara... Los ejemplos son interminables.
Vivimos en los tiempos del señorito irresponsable. Todo el mundo cree poder exigir al gobierno o a las empresas que se desvelen por su bienestar o su comodidad, sin reconocer ningún tipo de responsabilidad propia en un asunto en el que son los primeros interesados.
Eso sí, cuando un gobierno decide constitucionalizar el límite del déficit (aunque sea obligado por Bruselas), es decir, que sea ilegal endeudar a las generaciones futuras, entonces el señorito irresponsable exige poder votar sobre la cuestión. Quienes hace unos días protestaban contra la visita del Papa bajo el lema "no con mi dinero", ahora parecen escandalizarse de que la administración no se pueda endeudar ilimitadamente con su dinero.
Porque son básicamente los mismos, no les quepa duda. Y son los mismos que exigen poder matar legalmente a sus parientes enfermos para tener que ahorrarse el palo de ir a visitarlos al hospital de vez en cuando, y encima no poder heredar. Por supuesto, ni siquiera tienen lo que hay que tener para hacerlo por su cuenta, quieren -exigen- que sean los médicos quienes se manchen las manos de sangre. ¡Y encima tienen la cara dura de mostrar su actitud como "humanitaria"!
Porque esta es otra. El señorito irresponsable, por sistema, disfrazará su descomunal egoísmo de altruismo, asegurará que le mueve la preocupación por los que sufren, por el consumidor, por las madres solteras o por los tramoyistas en paro. No se crean nada. Una mujer de noventa años con infarto cerebral es muy dudoso que esté sufriendo. Más verosímil es la afirmación de que se trata de una molestia para la sociedad e incluso para la familia.
Pero entonces, ¿a qué viene tanta hipocresía, por qué tachar de fundamentalistas religiosos a quienes anteponen los principios morales a las conveniencias? La respuesta es clara: porque tocamos un punto sensible del señorito irresponsable. Le estamos diciendo que debe asumir las consecuencias de sus actos, que ni el Estado ni nadie está obligado a hacerlo por él. Y eso le joroba.