No suelo leer el blog de Francisco Capella porque la mayoría de sus entradas consisten en selecciones de enlaces a textos, lo cual no me llama suficiente la atención. De vez en cuando sí nos ofrece algo de cosecha propia, y entonces suelen ser disertaciones muy dogmáticas, más bien para adeptos al anarco-capitalismo, secta de una soberbia insufrible por la que no siento la mayor de las simpatías, aunque accidentalmente coincida con algunas de sus conclusiones. Hace un par de días, sin embargo, Capella se ha descolgado con una entrada titulada Necedades papales, que sí me ha llamado la atención.
Dice Capella que los cristianos son "lloricas hipersensibles" y "victimistas" porque se quejan de que "no les dejan colocar su símbolo particular (que ellos pretenden universal) en el espacio común." En realidad, lo que sucede es cosa muy distinta. Sucede que en un país donde tres cuartas partes de la población, como mínimo, son católicas, existe una minoría de fanáticos (aunque con fuerte apoyo gubernamental, lo quiera ver o no nuestro ácrata) que pretende erradicar símbolos que ya estaban ahí. ¿Quién es aquí el "hipersensible"? ¿El padre que no quiere que su hijo contemple un crucifijo en el aula o aquel que, creyente o no, no ve nada malo en que los niños tengan contacto con los fundamentos de nuestra cultura?
A continuación critica Capella a Ratzinger porque "no se atreve a llamar a las cosas por su nombre", es decir, se refiere al aborto y a la eutanasia como "decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias". Supongo que, en consecuencia, la próxima vez que Capella hable del robo gubernamental, habrá que afearle su cobardía por no atreverse a llamar a los impuestos "por su nombre".
Bien es verdad que, tras estos comentarios tan infantiles, Capella va entrando en el meollo del asunto. Donde el papa critica el relativismo, la concepción del bien y el mal como algo subjetivo y el endiosamiento de quienes pretenden que las normas morales son creación meramente humana, él expone sus opiniones opuestas, perfectamente legítimas. Pero en lugar de argumentar por qué, según él, "lo bueno y lo malo tienen una fuerte componente subjetiva y relativa", su método consiste en caricaturizar la tesis contraria, como si por si sola se refutara. Defiende "criterios correctos de comprobación, verificación o falsificación como la observación y el razonamiento", como si la razón y la fe fueran incompatibles, y como si la primera nos permitiera sostener algún principio indubitable sobre la realidad, es decir, fuera de la matemática pura.
Precisamente, lo que apunta este "presunto filósofo e intelectual además de Papa" es algo crucial: Que la razón, por mucho que proteste Capella, no es autoconsistente, no se sostiene por sí sola. Se podrá estar de acuerdo o no con las opiniones del pontífice, pero ridiculizarlas con silogismos leirepajinescos no es argumentar. Sea como sea, se trata de cuestiones profundas que los filósofos han debatido incansablemente (algunos de ellos, con el propio Ratzinger, por cierto), por lo que si hay alguna "palabrería, trampa y demagogia" es en el estilo simplista y faltón que emplea alguien presuntamente tan inteligente como Capella.