domingo, 14 de diciembre de 2008

Cómo acabar de una vez por todas con la superstición liberal

Contra viento y marea, los restos de cierta secta de iluminados se empeñan en sostener su peregrino culto. Son los adoradores del Individuo, ente precientífico que ya fue refutado por San Marx en sus famosos manuscritos, sentando las bases de la única Doctrina Verdadera:

"Mi propia existencia es actividad social (...) Hay que evitar ante todo el hacer de nuevo de la 'sociedad' una abstracción frente al individuo. El individuo es el ser social. "

Y el escoliasta Antonio Gramsci nos lo aclaró aún más:

"La innovación fundamental introducida por la filosofía de la praxis en la ciencia de la política y de la historia es la demostración de que no existe una 'naturaleza humana' abstracta, fija e inmutable (concepto que proviene del pensamiento religioso y de la transcendencia), sino que la naturaleza humana es el conjunto de relaciones sociales históricamente determinadas."

Es decir, que el individuo, y por tanto sus corolarios, la conciencia moral y la libertad, no son más que construcciones ideológicas de la burguesía occidental para justificar la explotación de los trabajadores, así como el dominio sobre aquellas culturas a las que impone como paso previo sus valores judeocristianos. Si es que está clarísimo.

Pero la pertinacia en el error de los liberales es notoria. No basta con que la gran mayoría de los gobiernos y los medios de comunicación se pasen las veinticuatro horas del día insistiendo en la necesidad de más controles, regulaciones y gasto social; ni que un día sí y otro también se atribuyan al libre mercado prácticamente todos los males, desde la crisis del 29 hasta la última estafa multimillonaria de algún broker de Wall Street, pasando por la 2ª Guerra Mundial, la miseria en el mundo, la fusión de los casquetes polares y los ingredientes cancerígenos en las patatas fritas de bolsa. Ninguna evidencia es suficiente para estos sectarios, que se empeñan en culpar a los políticos de muchas de estas calamidades, cuando no incurren en cuestionar la realidad de otras, y se limitan a insistir en las cantinelas habituales: La caída del comunismo, los datos económicos globales de las últimas décadas y las afirmaciones de algunos filósofos, economistas y divulgadores extraviados, cuyos nombres, a diferencia de los de Marx o el Che Guevara, la mayoría de la gente normal -afortunadamente- apenas ha oído nunca: Adam Smith, Herbert Spencer, Ludwig Von Mises, Friedrich A. Hayek, Murray N. Rothbard, Milton Friedman, Xavier Sala i Martín, Henry Hazlitt, David Boaz o Johan Norberg.

Todo ello demuestra que la propaganda masiva no es suficiente. Se precisa avanzar más en el control de Internet, que todavía es un territorio que escapa en gran medida a la influencia de los gobiernos, salvo en casos modélicos como la R. P. China. Se requiere también reimplantar la censura en la prensa, lo cual no sería tan difícil si se invocaran razones de emergencia.

Pero sobre todo, lo decisivo será seguir incrementando el número de personas dependientes del Estado, tanto funcionarios como "pobres funcionales". Cuanta más gente haya que subsista o prospere gracias a salarios, ayudas o subvenciones de la administración, más difícil será que el virus liberal se extienda. Se trata de un proceso que, según se comprende fácilmente, se retroalimenta. Cuanta más riqueza se transfiera a los burócratas, menor capacidad tendrán los individuos de crear riqueza, luego habrá más dependencia, que requerirá absorber más riqueza de la sociedad, y así sucesivamente. En un entorno semejante, es innecesario decirlo, el liberal se convierte en una verdadera rara avis.

La dependencia del Estado se favorecerá también de manera nada desdeñable minando la institución familiar, que tradicionalmente ha sido un apoyo fundamental para los individuos (Que, recordémoslo, son un constructo imaginario). Ello se consigue desviando recursos hacia formas de asociación alternativas, también llamadas "otras formas de familia" para encubrir su verdadero objetivo. Un colectivo de feminismo ultraizquierdista de mi ciudad defiende el parto en casa y el aborto libre bajo el eslogan "por una maternidad alternativa". Este es el ejemplo a seguir. Y la eutanasia, por supuesto, es la defensa de la vida digna. Si quieres destruir algo o a alguien, empieza por destruir su nombre.

El gobierno, en definitiva, debe ser visto como el defensor del progreso, de las mujeres, el medio ambiente y los valores de la paz, y quienes desconfíen de su tutela serán tachados de reaccionarios, machistas, etc. Para ello, es particularmente útil la existencia de asociaciones aparentemente independientes que, ante todo tipo de problemas, reales o imaginarios, exijan la actuación firme y decidida de las autoridades políticas, o su relevo por otras más radicales.

Por último, cuando finalmente el liberalismo sea un culto residual, a los pocos liberales que queden se les dará también un puesto en la administración, o alguna subvención. Suele funcionar casi siempre, y a la larga es más efectivo que encarcelarlos o internarlos en manicomios.

Dejo al criterio del lector dilucidar en qué fase de la estrategia aquí descrita nos encontramos a nivel nacional o global.