domingo, 13 de abril de 2014

La causa de la baja natalidad

Es posible que la mayoría de la gente siga pensando que la superpoblación constituye uno de los grandes problemas de la humanidad. Si es así, está gravemente equivocada. En el conjunto del mundo desarrollado hace tiempo que la tasa de fertilidad, o número de hijos por mujer, se ha reducido muy por debajo del 2,1 -la tasa mínima de reemplazo generacional. Esto significa que si la gente no empieza a tener más hijos, la población disminuirá, y de hecho ya lo está haciendo en países como Alemania o España.

En el resto del mundo, las estadísticas, desde hace años, no hacen más que aproximarse a ese promedio. Es cierto que la población mundial sigue aumentando, debido a que la natalidad aún es elevada en algunos lugares; pero cada vez lo hace a un ritmo más bajo, y si no cambia la tendencia abruptamente, llegará a estabilizarse en un futuro no lejano, para después empezar a contraerse. El promedio mundial en 2011 era de 2,48 hijos por mujer, frente a los 3,58 de hace treinta años.

Para algunos ecologistas radicales, esto sería una gran noticia, aunque no estén demasiado por la labor de admitirla. Pero para cualquier persona cuyos sentimientos normales no se hallen enturbiados por la ideología, el envejecimiento de la población no es ningún motivo de alegría. Que cada vez menos gente tenga hijos significa que cada vez habrá menos gente en edad fértil, lo que a su vez acentuará el descenso de la natalidad, en un círculo vicioso que conduce lisa y llanamente a la extinción. Antes del final tendremos unas sociedades formadas mayoritariamente por viejos, esto es, más pobres: los ancianos no pueden producir igual que los jóvenes, y además incurren en elevados gastos en salud. Sociedades ricas como Alemania pueden vivir durante años del capital acumulado y de las exportaciones, pero en un mundo que globalmente envejece, esto se acabará, un día u otro.

No obstante, cuando se habla de la baja natalidad, se descubre que la gente todavía no se ha enterado de que es un problema y de que es un problema que ya está aquí. Todavía permanecemos en el nivel de las excusas, no en la búsqueda de soluciones. Se habla resignadamente de las dificultades de conciliar la familia con el trabajo, del coste que supone criar un niño, de las incertidumbres ante el futuro...

En realidad, hace menos de cien años, la gente engendraba hijos en circunstancias mucho más difíciles e inciertas que las actuales. Durante la guerra civil española, como señala Alejandro Macarrón en su imprescindible El suicidio demográfico de España, nacieron en proporción muchos más niños que ahora, y en términos absolutos, durante la posguerra ¡nacían más bebés que hoy, pese a tratarse de una población menor! Asimismo, el trabajo femenino, en labores agrícolas e industriales, estaba lejos de ser un fenómeno minoritario, fuera de las capas de población más pudientes. Por lo demás, en nuestros días, países con una baja cuota femenina en el mercado laboral, como algunos de Asia o incluso cada vez más los musulmanes, padecen el mismo problema de descenso de la fertilidad.

Marruecos, por ejemplo, tiene una tasa de 2,17 hijos por mujer. A nosotros nos resulta envidiable, pero si persiste la tendencia, nuestros vecinos del sur pronto se van a encontrar con que su población también envejece y disminuye. Pero es que Irán (sí, la dictadura de los clérigos que aspiran a que el islam termine por invadir Occidente con los vientres de sus mujeres) ya se encuentra en pleno "precipicio demográfico", con una fertilidad de 1,86. No parece que en tales países la causa de este fenómeno se halle en la masiva incorporación de la mujer al mercado laboral.

Guy Sorman, en un artículo no excesivamente perspicaz sobre Corea del Sur, escribe que "las mujeres jóvenes (...) en cuanto tienen a su primer hijo, quedan confinadas en su casa (...) por lo caras y escasas que son las guarderías (...). Es comprensible que la idea de engendrar un segundo hijo no les resulte tentadora." Pero si se quedan en casa, y la renta per cápita surcoreana es superior a la española ¿qué les impide, realmente, tener al menos dos niños? ¿No habíamos quedado en que la dificultad la tienen las mujeres que trabajan fuera de casa? Por cierto que en la vecina y mucho más pobre Corea del Norte, la tasa de fertilidad es algo superior, pero también insuficiente para mantener la población actual: 1,98.

¿Por qué la gente, en países cultural y económicamente tan distintos como España, las dos Coreas o Irán, opta por tener menos de dos hijos? Los estudiosos no se ponen de acuerdo acerca de las causas, más allá de los tópicos mencionados, que no explican casos tan heterogéneos como los de Occidente y el islam.

La universalización de los métodos anticonceptivos es un factor decisivo, qué duda cabe. Pero decir que la gente no tiene hijos porque existen métodos eficaces y accesibles para no tenerlos, no es explicación suficiente. Puede servir para entender que las sociedades dejen atrás tasas como las que sólo persisten en el África subsahariana, de entre cuatro y seis hijos por mujer. Pero no nos explica las tasas de auténtico suicidio demográfico; eso sería como dar por supuesto que lo normal es querer tener un único hijo, o ninguno.

Sea cual sea la explicación, hay una institución que siempre ha sido pronatalista, incluso en los momentos en que el malthusianismo apocalíptico (que todavía goza de una inercia considerable) era un mensaje abrumadoramente dominante. Me refiero, por supuesto, a la Iglesia católica. Sean cuales sean las causas del desplome universal de la natalidad, está claro que si la mayor parte de los habitantes en edad fértil de los países de tradición católica no se hubiera apartado de la mentalidad de los padres, dichos países, al menos, habrían mantenido unas tasas de fertilidad suficientes para que el número de nacimientos fuera superior al número de fallecimientos, o al menos igual.

La tendencia cultural sigue siendo, en cambio, la contraria. Se trata de recluir la religión al ámbito privado, de desprestigiarla, de considerarla como una rémora del pasado. No hay un sólo día en que no aparezca una información en algún medio de comunicación (incluidos los supuestamente conservadores) que -de manera implícita o explícita- no trate alguna creencia cristiana de manera sesgada, simplificadora o caricaturizadora.

Las consecuencias de este desprecio de nuestra tradición son claras para cualquiera que se moleste en documentarse con un mínimo de rigor, pero nos negamos a verlas. Y cuando las vemos, nos limitamos a excusarnos, como si la cosa no fuera con nosotros. Esta ceguera es probablemente la causa fundamental del auténtico problema demográfico, el envejecimiento de la población. Miramos por encima del hombro a nuestros inmediatos antepasados, pero por el momento, no parece que los vayamos siquiera a igualar en la tarea más vital y maravillosa de todas: lograr que haya más cunas que ataúdes.