miércoles, 2 de abril de 2014

El estúpido desprecio de la memoria

Desde que tengo uso de razón vengo escuchando el mantra de que la educación memorística es algo anticuado, y que en lugar de fomentar la acumulación de datos, debería centrarse en la creatividad y el espíritu crítico, de modo que con unos conocimientos básicos, el alumno fuera capaz de aprender de manera autónoma y enfrentarse a nuevos problemas.

Acerca de esto, el último informe Pisa no ha dejado en buen lugar a los estudiantes españoles, poco duchos, al parecer, en resolver problemas cotidianos como programar un aire acondicionado, desenvolverse en algunos sistemas de transporte público o -¡sorpresa!- configurar el mp3, más allá de cambiar de pista o de volumen.

Ello ha dado pie a que la Secretaria General de Educación, Montserrat Gomendio, haya vuelto al ataque contra la anticuada metodología memorística, etc.

Es preocupante que incluso personas altamente preparadas como esta exinvestigadora del CSIC, y ahora número dos del Ministerio de Educación, incurran en los tópicos recalentados una y mil veces de la ideología sesentayochista, que bebe del viejo error rousseaniano de que la libertad consiste en zafarse de cualquier constricción sociocultural, y de que los niños, si se les permite desarrollarse espontáneamente, sin imposiciones, van a dar lo mejor de sí mismos.

Son precisamente estas ideas desnortadas las responsables del desastre educativo. Se empieza diciendo que aprender la lista de los reyes godos es una tontería, y se termina con que los alumnos salen de la ESO sin saberse las provincias de España, ni las reglas de ortografía. Por no saber, me jugaría algo a que es significativo el porcentaje de chavales de más de dieciséis años que no se saben siquiera la corta lista de presidentes de nuestra democracia.

Los argumentos que sostienen el tópico son de una inanidad en consonancia. Se nos dice -se nos decía ya en mis tiempos mozos, hace treinta años- que repetir fechas o nombres "como un loro" carece de cualquier mérito o utilidad. Pero se olvida el pequeño detalle de que los seres humanos no somos loros, y que para poder ejercitar nuestra inteligencia necesitamos información. Incluso en matemáticas es imposible avanzar y adquirir las destrezas indispensables sin aprenderse la tabla de multiplicar, esa tarea que ahora los maestros tienen la maldita costumbre de dejar para los padres, como si a ellos se les fueran a caer los anillos por rebajarse a tales labores mecánicas. Pero es que en todas las demás asignaturas, sin un mínimo de aprendizaje memorístico, es imposible avanzar.

Diré más, el desprecio sistemático de la memorización no sólo no ha estimulado el espíritu crítico, como supuestamente pretendía, sino que ha sido un instrumento evidente de la más burda ideologización. Si de la historia eliminamos la mayor parte de los datos (fechas, nombres, lugares), es decir, los hechos, lo que queda en su lugar ya sabemos lo que es: los cuatro modos de producción económica del catecismo marxista (esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo) o los trescientos años de opresión sufridos por el pueblo catalán a manos del Estat espanyol.

La tragedia de la escuela no es que se haya convertido en una fábrica de parados. En realidad, esto es la consecuencia mediata del problema más amplio, que desde hace décadas el sistema educativo es una fábrica de adictos a la socialdemocracia, al subsidio, a los "derechos sociales" y, en algunas regiones, al odio a España. Con estos mimbres morales, tampoco debería sorprendernos que algunos ni siquiera se esfuercen en esta vida en leerse el libro de instrucciones de un mp3.

Bien es cierto que entre los aspectos beneficiosos de internet se encuentra que actualmente es más fácil que nunca suplir las deficiencias de la educación formal por uno mismo. Pero también existe el peligro opuesto: pensar que no hace falta profundizar en nada porque cualquier dato que necesitemos está ya en Google. Los buscadores, las wikipedias y demás son una bendición, pero no nos dicen qué es lo esencial y qué es lo secundario, no nos permiten establecer jerarquías ni nos previenen contra la desinformación: allí todo está revuelto.

La educación no puede ser otra cosa que aprendizaje memorístico con esfuerzo, y el desarrollo de ciertas destrezas, que también requieren esfuerzo, repetición "mecánica". Es evidente que la educación no termina en la escuela, pero si esta ha de servir para algo es para proporcionarnos una base firme, un canon, una referencia; sin lo cual, por cierto, es imposible el espíritu crítico. Una tábula rasa no puede juzgar de nada, criticar nada. Claro que esto nos lleva a plantearnos cuáles son nuestras referencias, y eso quizás sea demasiado incómodo para esta sociedad relativista.