sábado, 18 de enero de 2014

Vox o volver a creer en la política

Desde que Santiago Abascal publicó, hace tres [siete] semanas, su carta abierta a Mariano Rajoy, explicándole los motivos por los que abandonaba el Partido Popular, arreciaron los rumores de que iba a crear una nueva formación, junto a figuras como José Antonio Ortega Lara y, quizás (sólo quizás), algunos pesos pesados del PP, como Vidal-Quadras y Mayor Oreja.

Estos rumores se hicieron realidad el pasado 16 de enero, con la presentación en rueda de prensa de Vox, a cargo del propio Abascal, flanqueado por Ortega Lara, José Luis González Quirós, Ignacio Camuñas y Cristina Seguí. Véase el vídeo aquí, a partir del minuto 12:20. (¡Gracias, Elentir, por el enlace!)

Mi impresión general (juzgando prácticamente sólo por esa presentación y un par de entrevistas a Santiago, que he escuchado en los últimos días) es que Vox, por el simple hecho de haber nacido (ya veremos si llega a caminar: es muy pronto), supone un desafío frontal al régimen bipartidista del PPSOE. Y ello, en mucha mayor medida que lo que supuso la irrupción de Ciudadanos en Cataluña, y UPyD en el conjunto de España. Explico por qué, antes de analizar con más detalle el ideario del nuevo partido.

Ciudadanos y UPyD aparecen como una respuesta a los nacionalismos separatistas de Cataluña y el País Vasco, y a un establishment político que, por acción u omisión, ha permitido que los primeros se hayan crecido hasta el punto de amenazar seriamente con destruir España como nación. Solo por eso ya debemos estar agradecidos a sus líderes, Albert Rivera y Rosa Díez, junto a otras personas que hicieron posible esos movimientos de regeneración de nuestra democracia.

Ahora bien, C's y UPyD se quedan básicamente en la crítica del régimen partidocrático, sin cuestionar, salvo en minucias, el consenso socialdemócrata (disculpen el autoenlace) que impera en prácticamente toda Europa y que es la ideología estructural que está en la raíz de los problemas más graves que tenemos como sociedad. Si los partidos políticos mayoritarios se han convertido en un problema es porque el estado constituye una maquinaria formidable que PP y PSOE ambicionan ante todo controlar, para su uso y disfrute, y que prefieren conservar con toda su potencia incluso aunque se encuentren temporalmente en la oposición, porque confían en volver a ocuparla algún día. Y a su vez, que el estado haya cobrado un peso hipertrofiado se debe a una ideología que ha minado el concepto de responsabilidad individual, que ha acostumbrado a la gente a esperarlo y a exigirlo casi todo del gobierno; y a un relativismo moral que convierte el bien y el mal en ideas subjetivas, con lo cual, cualquier ocurrencia, desde el separatismo hasta la destrucción de la vida humana, encuentra apologistas que exigen su legalización, cuando no a imponerla por las bravas.

Veamos ahora, por temas, las razones por las cuales creo que Vox, si se consolida con el ideario que hasta ahora han expuesto sus fundadores, vendría no sólo a enfrentarse a la partidocracia, sino a dar la batalla cultural contra el consenso socialdemócrata.

Unidad nacional

La propuesta estrella de Vox es la franca superación del modelo autonómico (algo que no ha defendido ningún partido tan abiertamente hasta ahora, fuera de grupúsculos irrelevantes), es decir, una España con un solo gobierno, un solo parlamento y un solo tribunal supremo, que sería también la última instancia constitucional. Abascal, en una breve entrevista que le hizo ayer Carlos Herrera en Onda Cero, admitió que se trataba, evidentemente, de un objetivo de máximos, que requiere una reforma constitucional, y se anticipó a la acusación de radicalismo: cuando hay quien propone nada menos que romper la unidad territorial de España, nadie debería rasgarse las vestiduras ante la idea de una democracia basada en un estado unitario, como lo es por ejemplo Francia, sin ir más lejos. Quizás quien mejor lo expresó, en la presentación del jueves, fue González Quirós, al referirse a la floración de parlamentos, defensores del pueblo, etc., dedicados a gastarse un dinero que no tenemos, y que no responden a una realidad regional, sino al interés de unas camarillas políticas.

Por supuesto, el tema nacional va íntimamente ligado a la política antiterrorista. Ortega Lara acusó sin ambages al actual gobierno de haber asumido los pactos de Zapatero con la ETA, y resumió la propuesta de Vox de manera cristalina: no negociar con los terroristas bajo ningún concepto. Y González Quirós añadió un comentario de no poco calado conceptual: "La violencia nunca puede tener réditos", porque eso supone cuestionar la esencia misma de la democracia.

Pero quizá lo más importante es que Vox no se opone a los separatismos partiendo de una simplista condena de todo nacionalismo, en la línea de Albert Rivera, que ha llegado a proponer el desplazamiento de la fiesta nacional española del 12 de octubre al 6 de diciembre, aniversario de la Constitución. (Recomiendo leer, en relación con esto, el último libro de Pío Moa, Los separatismos vasco y catalán, Encuentro, 2013; en concreto, la introducción.) Ortega Lara habló de recuperar "valores que hemos perdido por el camino" como, entre otros, el "orgullo nacional". Ignacio Camuñas se refirió a nuestros tres grandes activos, el prestigio de la Corona (pese a problemas coyunturales), la fuerza cultural y económica de la lengua española común, y la situación geoestratégica de España. Y abogó por recuperar nuestra influencia de potencia media en Europa, dilapidada por el anterior gobierno. Quizás donde flaqueó este discurso de Camuñas fue precisamente en su apuesta por profundizar en la unificación de Europa. Aquí cabe preguntarse: ¿unificación para qué, para perder soberanía nacional en favor de burocracias de difícil control democrático? Esto debería aclararse en el desarrollo programático de Vox, en los próximos meses.


Libertad económica

Vox defiende los principios del liberalismo con claridad, sin las típicas concesiones retóricas a "lo social", que en la práctica se traducen en "más de lo mismo", esto es, intervencionismo desaforado so pretexto de corregir desigualdades y "desequilibrios". Estos principios liberales no son más que el desarrollo de los conceptos de Estado de derecho, imperio de la ley y separación de poderes, cuando se unen al derecho de propiedad. Ignacio Camuñas señaló la importancia crucial para el libre mercado de unos organismos reguladores (Banco de España, CNMV, Competencia, Tribunal de Cuentas) serios e independientes de los partidos políticos, así como de reformar un sistema fiscal "expoliatorio", que lleva a la asfixia de las clases medias con el único fin de financiar un gasto público insoportable, propio de un sector que no se ha apretado ni mucho menos el cinturón como sí lo han hecho las familias y las empresas. Abascal utilizó en su intervención los términos "un estado cohesionado, sencillo, austero, más funcional, eficiente y financieramente sostenible" y defendió la supresión de subvenciones a partidos, sindicatos y patronales, medida por cierto imprescindible. González Quirós, en respuesta a una pregunta sobre el paro, ofreció una pequeña joya de lección acerca de la raíz moral de nuestros problemas económicos. Dijo que el desempleo se produce porque las sociedades son poco creativas y se acostumbran a vivir demasiado de las protecciones públicas, lo que conduce al crecimiento desmesurado de la administración y de los impuestos. Una política económica debe favorecer la iniciativa, el sentido del riesgo y la responsabilidad, y que el gobierno no se convierta en un obstáculo para la creación de riqueza.

Democracia

Vox defiende un poder judicial independiente, la reforma de la ley electoral para hacerla más representativa, la democracia interna de los partidos... Todas ellas, entiendo yo, reformas meramente instrumentales, que han de permitir romper el blindaje del sistema, para poder aplicar los principios de cohesión nacional y libertad económica. Camuñas realizó un interesante diagnóstico, en su intervención inicial, sobre el excesivo fortalecimiento de los partidos, junto con el estado autonómico, como legados de la Transición que ya han cumplido su ciclo.

Defensa de la vida

Pese a tratarla en último lugar, se trata de la cuestión más decisiva de todas. Cristina Seguí, aunque intervino menos que sus compañeros, tuvo una intervención notable al respecto. Señaló que una "derecha liberal y democrática" solo puede defender "el valor supremo de la vida", y consecuentemente no puede concebir el aborto como un "derecho", sino como un drama, refiriéndose a las "cien mil vidas truncadas" cada año. Valoró favorablemente el anteproyecto de ley de Gallardón, pero sin dejar de advertir la falta de consenso interno en el PP en torno a un punto de su programa electoral. Cristina arremetió contra el cinismo demagógico de la izquierda y finalmente abogó por políticas que protejan a la familia y a las madres.

La cuestión del aborto es la más importante de todas por una razón evidente, por esas cien mil vidas destruidas al año. Pero además, la posición ante la vida humana afecta a cualquier otra cuestión ideológica de la que tratemos. Porque una cultura que ve como normal matar a sus hijos en el vientre de la madre es una cultura enferma, y eso se trasluce en todos los ámbitos, en la carencia de responsabilidad, en el hedonismo suicida que nos conduce al envejecimiento demográfico, la contracción de la economía, la aparición de tics populistas que tratan de contrarrestar la decadencia profundizando aún más en los errores que son causa y efecto de ella, el crecimiento invasivo del estado, el desprecio a las leyes y todos los males que conlleva semejante proceso, como son la corrupción económica y moral, la destrucción de la convivencia y el agravamiento de la decadencia civilizatoria.

Ser "liberales en lo económico" y "conservadores en lo moral" (como dijo Santiago, de manera muy didáctica, en una entrevista en Intereconomía, el día antes de la presentación), no es elegir entre dos camisas y dos pantalones, en que las cuatro combinaciones posibles son válidas, estética aparte. No se puede (con plena coherencia) defender la libertad sino desde la concepción de la dignidad de la vida humana, la responsabilidad individual y el respeto a la ley. La libertad es una quimera si los seres indefensos pueden ser legalmente liquidados, si no se responde de los propios actos y si las leyes están sujetas a la inseguridad de asambleas o gobernantes sin control. Hay una lógica interna que lo relaciona todo, desde la política económica a la antiterrorista, pasando por la protección de la familia. A esta lógica la podemos llamar "centroderecha", y aunque las etiquetas no sean lo más importante, quien las usa mirando de frente me inspira confianza.

Por supuesto, el camino que Vox tiene por delante es muy difícil. Pero el mayor peligro de todos es interno: que la impaciencia le llevara a difuminar su ideario para crecer en militantes y votos a cualquier precio, convirtiéndose en una copia de UPyD, con matices diferenciales irrelevantes. Necesitamos partidos en los que, como dijo González Quirós, las ideas estén por encima de las ambiciones personales, porque son las ideas las que mueven el mundo. Ello implica resistir las tentaciones de los atajos ideológicos y afrontar una larga travesía hasta obtener representaciones parlamentarias suficientes, a fin de que, como mínimo, muchos ciudadanos volvamos a tener voz.