miércoles, 22 de enero de 2014

La ley seca y la madre que la parió

Según una extendida opinión, que ya va resultando un tanto cargante, un liberal coherente debería ser favorable a la legalización de las drogas. John Stuart Mill argumentó que la coacción estatal sólo se justifica para impedir daños a terceros, no los daños que un adulto en plena posesión de sus facultades se pueda infligir a sí mismo. De aquí se desprende que no se puede prohibir a un adulto que consuma drogas, por poco recomendable que nos parezca tal práctica.

Hasta aquí, creo que la mayoría de liberales estamos de acuerdo en esto. Pero la rama libertaria del liberalismo va más lejos, y deduce de lo anterior que también debería ser lícito el tráfico de drogas, pues los adultos en posesión de sus plenas facultades mentales son libres de participar o no en él. El traficante que suministra cocaína no sería distinto del dueño del bar que nos sirve una cerveza sin preguntarnos si somos alcohólicos.

La prohibición de las drogas incurriría, por tanto, en el mismo error que cometieron los legisladores de Estados Unidos en los años veinte con la ley seca, que sólo consiguió que proliferara de modo espeluznante el crimen organizado, con sus secuelas de violencia, corrupción, e incremento excesivo de los poderes de la policía.

Debe reconocerse que el ejemplo de la ley seca es muy sugestivo, por lo que los libertarios suelen aducirlo con cierto triunfalismo, como si con ello quedara zanjado el debate. Pero en realidad, es un argumento muy débil.

El crimen organizado es por supuesto anterior a la prohibición de las drogas. Las mafias, antes y ahora, se han dedicado fundamentalmente a todas las modalidades de extorsión: "protección" a pequeños negocios, cobro de préstamos usurarios, proxenetismo, explotación laboral, etc. La ley seca encumbró a nuevos jefes del crimen como Al Capone, pero no creó la figura del gángster, que ya existía.

Lo malo de la ley seca no fue que personas sin escrúpulos la violaran, pues por ese razonamiento, todas las leyes serían malas. El error de la ley seca fue sencillamente prohibir bebidas que en un buen porcentaje de los casos no hacen ningún daño, y que se remontan a los orígenes de la civilización. Lo realmente grave no fue que algunos mafiosos se mataran entre ellos por controlar el negocio del alcohol (se hubieran matado por otras causas igualmente), sino que la gran mayoría de ciudadanos se convirtieran en cómplices de los delincuentes, simplemente por no alterar costumbres muchas veces inocuas. El resultado fue que el respeto a la ley quedara en entredicho, promoviendo una mentalidad cínica que corrompió moralmente a una parte considerable de la sociedad.

La analogía entre determinadas bebidas alcohólicas y las drogas estupefacientes como la cocaína y el opio es una grosería: hay que decirlo con toda claridad de una vez. Sí, ya sabemos que hay alcohólicos, igual que hay diabéticos que ponen en riesgo su vida por un dulce. Pero equiparar la densa tradición cultural del vino y otros productos a sustancias cuya única finalidad es inducir estados alterados de consciencia, es un insulto a miles de años de tradición vinícola y cervecera, y a siglos de alambiques y recetas elaboradas por sabios monjes.

Sí, ya sabemos que algunos gurús libertarios como Antonio Escohotado sostienen que lo que nos falta es una "cultura de las drogas" y tal. Explorar las profundidades de la mente y todo eso. Pues lo siento, pero yo me rebelo contra todos estos misticismos baratos estilo Nueva Era. Yo quiero estar siempre en plenas facultades mentales, en lo que dependa de mí. Y si un día, en una comida familiar, le doy un buen homenaje a alguna botella de Priorato o Terra Alta (que en Tarragona tenemos unos caldos que quitan el hipo, entérense), lo que haré será dormirme una buena siesta. Fin del exceso.

No me vengan con cuentos. Soy un acérrimo partidario de la libertad de mercado, incluso de la envidiable libertad de armas que tienen en USA. Pero los venenos, las drogas estupefacientes, los explosivos, las armas químicas y bacteriológicas, deben ser controlados, y por supuesto prohibidos cuando lo contrario sea claramente una locura, salvo para alguien que haya leído demasiado apresuradamente a Hayek. No dejemos que los libros y los artículos nos impidan ver la realidad. El vino sirve para enriquecerse sensorialmente, aunque tenga también un empleo patológico. Las drogas, por el contrario, además de para hacer el gilipollas, y lo que es mucho más grave, provocar miles de muertes directamente (con o sin prohibición) ¿para qué sirven?

Me dirán que eso debe decidirlo cada cual. Pues nada, que cada cual decida si quiere tener en casa una almacén de cianuro o de explosivos. Me dirán que las muertes de drogadictos son debidas generalmente a la adulteración provocada por el mercado negro, lo que no ocurriría si se dispensaran en farmacias. Que las sobredosis son consecuencia del desconocimiento del grado de pureza, lo que no ocurriría en un mercado legal. Pero es más que dudoso que facilitar el libre acceso a sustancias psicoactivas no fuera a aumentar las adicciones y los abusos, y por tanto los daños para la salud y las muertes. Pasa con el alcohol, que es barato y abundante. Pero la diferencia crucial es que uno no compra una botella de vino del Mercadona para emborracharse, aunque pueda hacerlo. En cambio, díganme para qué compraría alguien una dosis de cocaína, si no es para colocarse.

Las personas honradas tienen botellas de vino en sus casas, whisky de malta de doce años y armas de fuego para defenderse. No almacenan anfetaminas ni virus ébolas ni narices, que sólo pueden servir para hacer el mal, sea a sí mismas o a otras. Por supuesto, uno es libre de emborracharse, drogarse y envenenarse a solas. Pero no debería ser libre de vender sustancias que no tienen usos alternativos razonables, que sabemos que son objetivamente dañinas en todos los casos, o en la inmensa mayoría. Y no me vengan con las pamplinas de las aplicaciones terapéuticas: eso ya está contemplado por la ley, y cualquiera que haya perdido a un familiar víctima de un cáncer sabe de los parches de morfina. Prohibir y controlar; son verbos que los liberales también debemos aprender a conjugar sin complejos, si no queremos quedar anclados en posiciones simplistas, irreales e insostenibles.