Anoche, zapeando ante el televisor. En TV3 aparece Josep Carreras, entrevistado por Albert Om (sí, el mismo que le reía las gracias a Rubianes cuando se cagaba en la p... España). Están hablando de la leucemia que le diagnosticaron en 1987 (¡Dios mío, cómo pasa el tiempo!) y otras cosas, en lugares y estancias distintos, plácidamente; suben a un barco de recreo en un lago suizo, comen en casa con sus hijos, recuerdan cuando estos eran pequeños, las largas ausencias del padre por sus compromisos profesionales... Ignoro si el programa es una repetición, cosa probable en estas fechas. Pronto (no en vano estamos en TV3) la entrevista se desliza hacia el tema nacionalista. Om la conduce con habilidad, intentando que no parezca que le pone las palabras en la boca a Carreras, con dudoso éxito, aunque el gran tenor se deja querer. El entrevistador señala la imagen de catalán que siempre ha proyectado Carreras en todo el mundo, a lo que este asiente halagado, aunque señala que no tiene nada en contra de su pasaporte español. Es un punto de inflexión. Om se la juega -claro, con la red del programa grabado- y le pregunta a bocajarro: "Ets independentista?" Carreras queda por unos segundos indeciso, como si el carácter directo, casi a traición, de la pregunta le hubiera sorprendido. Finalmente, se envalentona: "Sí, sóc sobiranista". Y añade que no tiene por qué esconderlo. (¡Como si en estos días quienes se escondieran en Cataluña fueran precisamente los separatistas!) El entrevistador se ha apuntado un tanto, otro más, sin duda, de su programa de entrevistas a personalidades.
El sueño me empieza a vencer. Quizás me he dormido un minuto. Ahora el entrevistado es otro (se confirma que están reponiendo viejos programas), un personaje que me suena mucho, pero que no consigo identificar. ¿Un escritor? No me importa demasiado. De nuevo, el entrevistador conduce hábilmente la charla. Llega el momento en que hay que definirse. "¿Eres independentista?" Y aquí la cosa empieza a ponerse interesante: "No, és clar que no." Om mira a su entrevistado con gesto serio, con el ceño fruncido, esperando una explicación, como si hubiera pronunciado alguna grosería; qué sé yo, como si hubiera dicho que le preocupa más la corrupción política que las emisiones de CO2 a la atmósfera. Y se explica, en efecto.
-Es que yo creo que España es una gran nación, de casi dos mil años, y sencillamente me sabría mal (em sabria greu) que se disgregara. No veo que los catalanes ganáramos nada con ello, ni por supuesto los españoles en su conjunto.
-Entonces, ¿no crees que Cataluña sea una nación?
-Bueno, creo que está desde hace tiempo en proceso de serlo. Pero es que esa no me parece la cuestión. Incluso aunque admitiéramos que Cataluña fuera una nación (y desde luego, tiene algunos rasgos nacionales), no entiendo por qué eso implica tener un estado propio. Esto es una superstición política. Creo que uno puede sentirse perfectamente catalán, o perfectamente vasco o gallego, y no por ello querer separarse de España, o no sentirse también español. ¿Cuál es el problema?
-Quizás sea porque el estado español no te deja ser plenamente catalán -apunta Om con tono sarcástico, como si hubiera dicho que quizás las noches son oscuras porque no hay sol.
-Esta es otra cosa que yo pongo en cuestión, que me parece otra superstición, como lo de las balanzas fiscales. Podemos jugar con los números todo lo que queramos, podemos sentirnos ofendidos porque en algunos edificios ondean banderas españolas o hay rótulos en castellano. También hay gente que se empeña en ofenderse ante un crucifijo en un espacio público. Quien quiera sentirse víctima de una opresión, lo tiene siempre muy fácil. Basta imaginar una sociedad pura, donde no haya ningún elemento que me desagrade, donde pueda reconocerme en cada detalle, para que cualquier cosa, por ridícula que sea, pero que me aleje de esa imagen, me resulte odiosa y casi insoportable. Creo que deberíamos estar ya más que escarmentados de esos sueños de pureza.
-Tú debes ver mucho esos programas de Madrid en que comparan a los catalanes con los nazis... -el tono de Om es ya francamente ofensivo.
-Pues sí, a veces los veo, aunque últimamente, en que sólo se habla de Bárcenas, las tertulias políticas me aburren. Pero la gente olvida que los nazis, antes de lanzarse al exterminio de los judíos, fueron un partido político cuyas técnicas de propaganda no eran esencialmente distintas de las que utilizan ciertos partidos y gobiernos en las democracias actuales. Crear la imagen de un enemigo, erigido en único obstáculo para el paraíso terrenal de los arios o los catalanes...
-Ho sento, però això no t'ho puc tolerar! L'entrevista s'ha acabat. -Om, visiblemente alterado, se levanta del sofá y se dirige a la cámara, haciendo el gesto imperativo de cortar con unas tijeras. En este momento, siento que alguien me está sacudiendo el brazo. Es mi mujer:
-Te has dormido; venga, vámonos a la cama ya. -No puedo menos que aceptar su sensata propuesta.