Obligada lectura del artículo de Daniel Rodríguez Herrera publicado ayer, que desmonta con sus habituales claridad expositiva y economía de palabras el argumento abortista de "si no te gusta, no abortes".
Sólo le pondría un pero. Hacia el final, haciendo gala de su honradez intelectual, DRH reconoce que le resulta cuesta arriba "llamar persona a un conjunto de células que carece siquiera de sistema nervioso y, por tanto, de sensibilidad, y no digamos ya conciencia de sí mismo". Y se apoya en Tomás de Aquino para abrir la puerta a una legislación que permitiera el aborto en las fases más tempranas del embrión, cuando no tiene aún un tejido nervioso diferenciado. (No lo dice tan explícitamente, pero creo que se puede deducir.)
Opino que se puede responder de manera muy sencilla a estas dudas legítimas. Seguramente DRH admitiría que la clave del asunto no es tanto el sistema nervioso como la sensibilidad y autoconciencia, lo que para abreviar llamaré simplemente conciencia. Pues la mayoría de animales tienen sistema nervioso, y no por eso creemos (muchos) que tengan los mismos derechos que los seres humanos. Al menos, yo no estoy por hacerme vegetariano.
Ahora bien, una persona anestesiada en la sala de operaciones carece por completo de conciencia. No reacciona a pinchazos, ni a cortes ni a nada. Se encuentra en un profundo estado de inconsciencia. Y no por ello diremos que en ese momento no es una persona.
Lo mismo podemos decir del embrión de unos pocos días o semanas. Su estado de inconsciencia es total, pero sabemos que, de manera absolutamente autónoma (todo lo autónomo que puede ser cualquier otro ser vivo, que requiere ciertas condiciones de temperatura, presión, presencia de oxígeno, etc,) irá adquiriendo sensibilidad en poco tiempo. Santo Tomás no sabía, ni podía saber, en qué momento una célula adquiere la capacidad de diferenciarse en los distintos tejidos que componen el cuerpo humano. No sabía nada del cigoto.
Todos hemos sido un cigoto. Por el contrario, no hemos sido nunca un espermatozoide. El viejo chiste que pretende infundir ánimos en un deprimido, diciéndole que fue ganador de una carrera entre millones, no es más que eso, un chiste. Si pasáramos hacia atrás la película de nuestra vida, el final nos conduciría a la formación del cigoto a partir del óvulo fecundado. Ese es el Big Bang, el instante cero de nuestro "universo" individual. Antes, desde el punto de vista de una persona concreta, sólo hay la nada.
Lo que tiene en común la vida humana con una película es el factor tiempo. No podemos separarlo de la persona. Somos un ser con una dimensión temporal. No somos un mero objeto físico, una mera organización plurimolecular, sino que tenemos una historia, y todos los momentos de esa historia nos pertenecen por igual, tanto cuando estamos dormidos como despiertos.
Obviamente, para los que somos creyentes, sería osado sostener que Dios introduce el alma en el cuerpo del hombre en uno u otro momento. Eso no lo sabemos. Pero mucho más osado sería decir que no puede hacerlo en el cigoto, en un embrión de una hora, de un minuto. Los cosmólogos levantan teorías asombrosas sobre lo que ocurrió en las millonésimas de segundo posteriores a la Gran Explosión. La existencia de un ser humano puede perfectamente iniciarse en un momento determinado por Dios con una precisión similar. Como en todo caso no lo sabemos, hemos de suponer que esta unidad de tiempo es infinitesimalmente pequeña. Ante la duda, lo primero es la vida humana.