Albert Esplugas ofrece, en su artículo “La auténtica tolerancia” una larga, ya que no exhaustiva, lista de conductas que según él un liberal auténtico debería tolerar, lo que no significa que las apruebe moralmente. Según Esplugas, ser liberal no se demuestra aceptando los piercings ni fruslerías por el estilo. El liberal-liberal es el que está dispuesto a tolerar, por ejemplo, el burka o la poligamia.
Aunque puedo estar de acuerdo con la tolerancia hacia la mayoría de conductas que Esplugas enumera, por repugnantes que me parezcan algunas, disiento rotundamente de la inclusión de otras muy concretas. Respecto al burka, o a la poligamia, no podemos perder de vista que no se trata de actitudes individuales, sino que están condicionadas por un colectivo, que es la comunidad islámica. Ahora bien, una sociedad libre no puede aceptar en su seno una comunidad semejante, que reúne las tres condiciones siguientes:
- Dentro de ella no rigen los principios de libertad individual ni de igualdad, sino otros de tipo teocrático y patriarcal.
- Sus miembros no tienen libertad de salir de ella.
- Pretende absorber al resto de la humanidad, o por lo menos someterla, sea por la fuerza, la demografía o el proselitismo.
Por encima de todo, no tenemos por que aceptar vernos atados por nuestras reglas de juego para enfrentarnos a quien no cree en ellas, y sólo las acepta por puro tacticismo, de manera limitada y temporal, según le convenga. El islam es un sistema político e ideológico enemigo de la democracia liberal, como lo es el comunismo. Una cosa es tolerar que existan partidos comunistas o islamistas, y otra muy distinta aceptar que violen la constitución en las zonas donde sus votantes o simpatizantes son mayoría. No se puede consentir que algunos usen las libertades para destruirlas, y si no hay otro remedio, se ha de emplear la coacción estatal para impedirlo, al igual que se hace con cualquier otro ciudadano que no cumple las leyes.
Si puede parecer una paradoja que en determinados casos la democracia liberal deba emplear la fuerza, no menos paradójico es creer que este régimen debe ser tolerante con quienes quieren, no simplemente vivir fuera de él, sino destruirlo. Para acoger al islam, éste debe despojarse de las características 2 y 3. Que funden monasterios, si lo desean, en los cuales rija la ley islámica, pero que cualquiera pueda abandonarlos cuando quiera, y que no pretendan dominar a los que vivan extramuros. En definitiva, el islam debe integrarse, al igual que lo hizo el cristianismo. Mientras no lo haga, es nuestro enemigo, por duro que suene. Ellos, desde luego, lo tienen absolutamente claro.