sábado, 28 de junio de 2014

Tres falacias sobre la familia

En el debate sobre los llamados "otros modelos de familia" (monoparentales, homoparentales, reconstituidas, etc.) suelen deslizarse tres falacias típicas. Miquel Rosselló incurre decididamente en las tres, en la entrada de su blog titulada Hijos de los homosexuales.

Tenemos en primer lugar la falacia del reduccionismo biológico. El argumento es simple: el hecho de que para que nazcan niños se requiera el concurso de un óvulo y un espermatozoide es un mero accidente evolutivo, que además tiene toda la pinta de que va a cambiar en un futuro cercano, debido al progreso de la ingeniería genética. Por tanto, no existe ningún motivo por el cual los niños tengan derecho a una madre y un padre; simplemente, esto ha sido algo habitual durante cientos de miles de años, pero nada más.

La segunda es la falacia de lo fáctico. Se nos dice que toda la vida ha habido niños que carecían de la presencia de su padre o madre biológicos, por diferentes causas, principalmente por separación de los cónyuges o convivientes, o por fallecimiento de uno de ellos, o de ambos. Al igual que en la falacia anterior, de aquí se deduce que no pasa absolutamente nada porque los niños no se críen en una familia "tradicional", con su madre y padre biológicos conviviendo en el mismo hogar.

La tercera falacia es la falacia del porcentaje. No sólo no tiene nada de malo que un niño no conozca a su padre o a su madre biológicos, sino que además la mayoría de los casos de abuso infantil se dan dentro del ámbito familiar, con lo cual se nos sugiere sutilmente que es lícito poner bajo sospecha a esta forma de convivencia basada en prejuicios patriarcales y tal.

Empezaré por la tercera falacia. En primer lugar, cuando se habla de abuso infantil dentro del ámbito familiar, no está claro qué se entiende por familia, máxime cuando la fuente es un reportaje de cuatro minutos del telediario, no caracterizado precisamente por su profundidad intelectual ni su valentía frente a la corrección política. ¿Valen como "familia" todo tipo de arreglos en los que la madre o el padre conviven con distintas parejas de uno de los progenitores de los hijos, a lo largo del tiempo? Sospecho que es así, con lo cual ese dato no me sirve para evaluar la idoneidad de la familia natural, porque no distingue entre esta y otras fórmulas de convivencia.

Pero en segundo lugar, dado que todavía hoy la mayoría de niños vive en hogares con sus padres biológicos, tampoco debería sorprendernos que la mayoría de abusos se dieran en hogares de este tipo. El dato realmente interesante sería comparar el porcentaje de abusos que se dan dentro de la familia natural, con el que se observa en otro tipo de hogares, donde los niños tienen que convivir a menudo con ligues heterosexuales u homosexuales de su madre o de su padre. Pues bien, estos datos existen y no son nada favorables a estas últimas situaciones: los hijos de padres divorciados (el divorcio suele ser el origen principal de los "nuevos modelos de familia") tienen muchas más probabilidades de sufrir maltratos y de caer en la delincuencia y en el consumo de drogas.

Naturalmente, estamos hablando de estadísticas. Quien conviva con los hijos de una relación anterior de su actual pareja haría mal en sentirse ofendido porque saquemos a relucir estos datos. La estadística no predetermina el comportamiento individual, y nadie pretende "criminalizar" a ninguna persona. Lo que aquí criticamos es ese pensamiento buenista de que todo vale igual, que no importa lo más mínimo el tipo de hogar en el que crezcan los niños, "mientras haya amor". El problema estriba precisamente en lo que entendemos por amor. Si se trata de un mero sentimiento subjetivo, o de una forma de relación basada en la entrega al otro, más allá de estados de ánimo pasajeros.

La segunda falacia no merece demasiado comentario. Claro, ya sabemos que siempre se han dado casos de niños a los que les ha faltado el padre, la madre o ambos, y que sin embargo han salido adelante y han podido ser felices. Pero lo que discutimos precisamente es si esa situación es la ideal o no, con carácter general. Una sociedad que pretende, por razones ideológicas, que esta cuestión no debería siquiera plantearse, o que no se molesta en revisar la respuesta a priori de la corrección política, es una sociedad que no pone el interés de los niños por encima de cualquier otra consideración.

Por último, diré algo acerca de la falacia biológica, que en realidad es la más importante. Por supuesto, esta falacia no puede entenderse aisladamente de la ideología materialista, hoy preponderante. Bajo el educado manto agnóstico hay, casi siempre, una clara toma de partido por las respuestas materialistas a los interrogantes metafísicos: El mundo existe por sí mismo, sin necesidad de postular una razón trascendente. Los seres humanos no somos más que una parte de la naturaleza, y por tanto nuestra conducta, nuestras emociones y nuestros pensamientos se explican exclusivamente por un proceso de evolución biológica. Y con la muerte se acaba todo.

Habitualmente, quien se define como agnóstico se distingue a sí mismo del ateo en que él no sostiene dogmáticamente los asertos anteriores. Pero en la práctica, la forma de vivir y las opiniones de ambos sobre cualquier asunto no se distinguen en nada. Un agnóstico es un ateo que se niega -educada pero obstinadamente- a debatir. Ahora bien, esta huida del debate es tentadora incluso para algunos creyentes religiosos, que creen que se puede entender el mundo independientemente de cualquier consideración metafísica, la cual se reservan para sus adentros para no exponerse a ser mirados como bichos raros por el agnosticismo-materialismo dominante.

Evidentemente, si todo es materia, no hay más que hablar. La reproducción sexual sería un hecho puramente contingente, a partir del cual no podríamos extraer prescripciones morales absolutas sin caer en la conocida falacia naturalista (lo natural es lo bueno). Fin de la discusión. El error frecuente aquí es pensar que sólo hay escapatoria de esa premisa materialista mediante la fe, considerada como una experiencia irracional. Pero esto no es verdad. La idea de que el mundo ha sido creado por un Ser inteligente y libre tiene bases racionales muy profundas en las que aquí no me puedo extender. Me remito a un ensayito que publiqué en este mismo blog, para quien esté interesado en el tema, y que se puede descargar en PDF.

Lo que me interesa señalar es que, si no aceptamos la premisa materialista, tampoco se nos puede acusar de incurrir en la falacia naturalista. Es decir, podemos sostener que habría un derecho de los niños a tener una madre o un padre que no se basaría sólo en el hecho biológico, sino en consideraciones de antropología existencial (1). El ser humano se presenta en dos "modalidades", hombre y mujer, cuyo sentido va más allá de meras diferencias fisiológicas. Privar a un niño de vivir esa complementariedad a través del amor de sus padres, y preferiblemente los que lo han engendrado como parte de esa experiencia, es cuando menos imprudente, en la medida en que se pueda evitar razonablemente.

Lo dicho no es más que una forma quizás pedante de expresar lo que siempre nos había dicho el sentido común: que los niños generalmente son más felices si tienen a su padre y su madre conviviendo juntos que en cualquier otra situación. Sólo la mentalidad neomarxista de la corrección política puede ver en esta sencilla verdad un ataque contra la igualdad. Y sólo conservadores deseosos de agradar a toda costa pueden caer en la trampa de embaularse semejante confusión.

(1) Julián Marías, Antropología metafísica. La estructura empírica de la vida humana, Revista de Occidente, Madrid, 1970