lunes, 23 de diciembre de 2013

Envidiables esclavos

Juan Manuel de Prada ha escrito artículos admirables en defensa del catolicismo. Pero entre estos no cuento aquellos en los que carga contra el Gran Satán del Mercado. El último que he leído de esta guisa se titula "Esclavitud", publicado en la revista dominical de ABC del pasado 22 de diciembre.

Nos explica De Prada que el trabajo es "causa eficiente de una economía sana", lo cual ignoro qué significa, seguramente debido a mis limitaciones intelectuales, que son muchas, y lo digo sin ironía alguna. Pero a continuación añade que "allá donde la economía está degenerada" (léase: bajo la férula del capitalismo-salvaje-y-explotador), el trabajo se ha convertido en "mero instrumento al servicio de la producción". Y yo que creía que precisamente esa era la esencia del trabajo... Un servidor pensaba que el agricultor trabajaba para producir cereal y patatas; que el ganadero lo hacía para producir leche, huevos y carne; que el trabajador industrial produce sartenes, ordenadores y zapatos; que el agente comercial produce contratos, que el médico produce servicios sanitarios y el policía, servicios de seguridad. Yo pensaba, en suma, que la Biblia tenía razón cuando decía que el hombre obtendrá el alimento del suelo con fatiga, y con el sudor de su rostro comerá el pan. (Génesis, 3, 17-19.)

Sí, ya sé lo que sostienen algunos: que el trabajo debe permitir que el hombre se gane dignamente su sustento. Pero ¿qué es esto si no otra forma de decir lo mismo, que el hombre necesita pan, calzado y que alguien lo cure cuando enferma? Y esto no se obtiene sin esfuerzo, sin preocupación, sin desvelos, porque ningún producto ni servicio surge de los árboles sin más, ni cae del cielo. El trabajo es consustancial a un mundo de recursos escasos. Si todos tuviéramos garantizada la subsistencia desde el primer día que ingresáramos en el mercado laboral, eso no sería trabajo, no sería afán, no sería esfuerzo. Sería el Jardín del Edén.

De Prada le enmienda la plana a Adam Smith y dice que no es el egoísmo lo que mueve a la mayoría de trabajadores, sino el miedo: "ese miedo que... impulsa [al trabajador] a aceptar trabajos cada vez más miserables, condiciones de contratación cada vez más leoninas y tratos cada vez más envilecedores, porque sabe que la cola del paro es muy larga." A esta situación laboral, nuestro autor contrapone la del esclavo antiguo, que (salvo ese pequeño detallejo de la libertad) "gozaba de una estabilidad hoy impensable para cualquier trabajador (y quimérica para los más jóvenes)". Más aún, el esclavo tenía garantizados "alojamiento, manutención y vestido, un lujo inalcanzable para muchos trabajadores de nuestra muy progresada civilización occidental."

Los dos rotundos errores en los que reposan esas citas textuales son precisamente de la misma naturaleza que los que De Prada reprocha a ese hombre de paja al cual denomina "economicismo clásico".

Uno es un error empírico. Pues que las condiciones laborales se hayan endurecido en los últimos cinco años es un fenómeno que viene después de muchas décadas, en que ha sucedido lo contrario en todo Occidente. Habría que analizar por qué ocurre ahora esto. Sostener que es una consecuencia del capitalismo-salvaje-y-depredador es una tesis que podemos considerar, pero para ello habrá que explicar por qué durante doscientos años, ese mismo capitalismo-salvaje-y-depredador ha tenido consecuencias exactamente opuestas: una elevación de la renta per cápita sin precedentes en la historia de la humanidad.

El otro es el error teológico. Se comete cuando se sugiere que es un derecho inalienable del hombre gozar de un empleo fijo y bien pagado para toda la vida, y tener la certidumbre de que el mes que viene, o el trimestre, o el año que viene, podrá seguir pagando el alquiler o la hipoteca de su casa. Qué duda cabe de que se trata de aspiraciones honradas. Pero excluir la libertad de la comparación entre el trabajador contemporáneo y el esclavo antiguo convierte en absolutamente falaz dicha comparación; pues precisamente es la total renuncia a la libertad la que le proporciona al esclavo su seguridad. Cuando a Jesucristo le plantearon este tipo de preocupaciones materiales respondió con uno de los pasajes más liberadores del Evangelio:

"Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido; fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, pero Dios los alimenta." (Lucas, 12, 22-24.)

Considerar que es indignante que el hombre carezca de contrato laboral indefinido y de catorce pagas: esto sí que es economicismo del más estrecho. Yo al menos no disfruto de esas condiciones, y aunque ya me gustaría, les aseguro que no experimento ningún resentimiento hacia quienes viven mucho mejor, con o sin merecimiento; ni ninguna envidia hacia los esclavos.