miércoles, 11 de septiembre de 2013

La Cataluña de los idiotas

Es curioso que ahora que sabemos que el universo tiene un diámetro de miles de millones de años luz, y está constituido por miles de millones de galaxias, haya gente que esté tan preocupada por poner una frontera en Alcanar. Pero tampoco es dificil de entender. Les han dicho que el universo es inmenso, y muy viejo, pero que no es más que materia, algo sin sentido ni propósito alguno. No es de extrañar que cualquier objetivo, cualquier finalidad, por fútil que pueda parecer, ocupe ese vacío de significado. Así, en un rincón del Mediterráneo, hay quien aspira a que el 0,006 % de la superficie terrestre tenga un estado propio.

Si ponemos entre paréntesis por un momento las consideraciones precedentes, tres son las razones que desaconsejan la separación de Cataluña:

La primera, que es ilegal. Un proceso de separación requiere una reforma constitucional. Los separatistas pretenden que se incumpla este procedimiento, lo cual puede tener dos consecuencias distintas. Una, que el gobierno, ante una secesión unilateral, se vea obligado a suspender la autonomía de Cataluña, con la posibilidad de que ello desemboque en un conflicto violento más o menos grave. La otra sería aún peor: que el gobierno no hiciera nada, y que por tanto se sentara el precedente de que la Constitución puede ser violada flagrantemente con total impunidad. Históricamente, esto ha sido la madre de todas las guerras y todas las dictaduras.

La segunda razón contra la independencia de Cataluña, es que supone para los catalanes entrar en un período de serias dificultades económicas (ríanse de las actuales), por mucho que el nacionalismo quiera darle la vuelta a este argumento. Pero quizás la más importante a largo plazo sea la tercera razón: la irrelevancia geopolítica de las dos entidades resultantes de la separación, la nueva España cercenada de una parte importante de su territorio, y por supuesto la insignificante Cataluña independiente, que no pintará nada en una Europa que, a su vez, se ha autocondenado a pintar cada vez menos en el mundo. Sin duda, la unidad de España es un patrimonio geopolítico desaprovechado desde hace tiempo por las élites políticas. Pero ante las incertidumbres del futuro, sería de una frivolidad suicida dilapidarlo.

No obstante, todos estos argumentos palidecen si se contemplan con una perspectiva más amplia. Porque la preservación de la unidad de España no garantiza que no haya conflictos graves en el futuro, ni garantiza que se pueda escapar a la decadencia económica y geopolítica, que en esencia no es más que un efecto secundario de la auténtica y devastadora decadencia, la demográfica. Con la actual tasa de natalidad, dentro de mil años (como ha señalado Alejandro Macarrón en su imprescindible obra El suicidio demográfico de España) no quedará ni un solo español; catalán, ni les cuento. Por supuesto, ni usted ni yo estaremos ahí para comprobarlo. Pero sí que estaremos, Dios mediante, dentro de unas décadas, cuando no exista suficiente población activa que pueda sostener, entre muchas otras cosas, el sistema de pensiones por las que actualmente cotizamos de manera obligatoria. La diversión estará asegurada.

Lo peor de la separación de Cataluña es que servirá para que millones de idiotas se sientan por unos días un poco mejor, a pesar de que no habrán solucionado absolutamente ningún problema real, y con toda probabilidad los habrán agravado, además de crear otros nuevos. Lo peor de la separación es su insignificante, su ridícula futilidad. Porque si al menos la senyera tuviera un significado, si simbolizara unos valores de trascendencia, de libertad o de civilización, estaría justificado incluso verter la propia sangre por ella. Pero ¿a qué aspiran los nacionalistas? ¿A tener un D.N.I. catalán? ¿A que el presidente de Estados Unidos reciba con honores de estado al presidente de la Generalidad? ¿A que Cataluña consiga cuatro o cinco medallas en los Juegos Olímpicos -como si quieren ser quince?

Porque si a lo que aspiran es a que en la nueva Cataluña independiente vayamos a cobrar las pensiones, y a "tenerlo todo pagado", como dijo Francesc Pujols, es que se merecen sobradamente el adjetivo calificativo que he deslizado al inicio del párrafo. Y por si alguien me echa en cara que insultar está muy mal: cuando los idiotas se convierten en peligrosos, ha llegado el momento en que ya no podemos continuar eludiendo el llamarlos por su nombre.