miércoles, 13 de agosto de 2008

La ética de la libertad (I)

Como muchos sabrán, es el título del libro de Murray N. Rothbard publicado en 1982, el cual me propongo comentar.

Arranca el gran filósofo del anarcocapitalismo con una defensa cerrada del derecho natural, por la cual siento la mayor de las simpatías, aunque querría hacer algunas observaciones.

En primer lugar, comparto plenamente su crítica del extendido prejuicio (aunque ya de capa caída, en parte después de las andanadas de Steven Pinker) de que no es “científico” hablar de una naturaleza humana innata. Muy acertadamente, empieza Rothbard su ensayo con la defensa de la idea de que existe una naturaleza humana más o menos estable que es posible describir en sus rasgos esenciales, y sobre la cual puede construirse un sistema de valores universales.

Sin embargo, como el autor reconoce en el prefacio, al menos en este libro no ha pretendido llevar a cabo una argumentación en profundidad sobre la fundamentación de los valores. Ello no le impide despachar con cierta ligereza, en mi opinión, la crítica de David Hume a la posibilidad de una moral racional. Según Rothbard, el derecho natural que supuestamente el filósofo escocés expulsa del discurso intelectual no teológico, se habría vuelto a colar por la ventana en su propio sistema filosófico. Pero no es exactamente así, y la cuestión rebasa por su importancia su aparente carácter de disquisición erudita sobre lo que dijo o dejó de decir un autor del siglo XVIII.

En este post y los siguientes me voy a centrar en esta cuestión que, ya digo, me parece crucial, porque está en la base de toda la argumentación de Rothbard.

Conviene antes que nada aclarar el uso del término “razón” (reason) en Hume. Podemos distinguir tres significados, que suelen distinguirse por el contexto. El primero, al que llamaré, con perdón de los puristas preocupados por los anglicismos, “razón [en sentido] fuerte”, equivale a lo que normalmente llamamos lógica formal. Hume incluye dentro de él todo discurso lógico o matemático. Así, por ejemplo, decir que dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, o que 3 + 4 = 7, son proposiciones racionales en sentido fuerte, es decir, absolutamente ciertas e irrefutables.

El segundo sentido con el que emplea a veces Hume el vocablo razón, al que podemos referirnos como “razón [en sentido] débil”, incluye todo razonamiento que, además de la lógica, utiliza leyes causales que conocemos por la experiencia. Así, por ejemplo, decir que “el Sol saldrá mañana”, es una proposición de la “razón débil”, en el sentido de que, aunque podemos fundar en ella, a todos los efectos prácticos, un conocimiento perfectamente sólido, no es demostrable. Es decir, no existe ninguna contradicción lógica en la afirmación opuesta, que “mañana no saldrá el Sol”.

Por último, y aunque Hume no es muy partidario de él, no puede dejar de admitir que existe un uso “vulgar” del término razón, por el cual se califica como racional toda conducta que no se origina en una pasión violenta, sino en emociones de carácter más apacible, que obedecen a

ciertos instintos implantados originalmente en nuestra naturaleza, como la benevolencia y el resentimiento, el amor a la vida y la ternura para con los niños... Cuando algunas de estas pasiones está en calma, sin ocasionar desorden en el alma, muy fácilmente se confunde con las determinaciones de la razón, por suponer que procede de la misma facultad que juzga de la verdad y la falsedad.” (Tratado de la naturaleza humana, lib. II, parte III, sec. III)

Pues ahí está la clave: Tanto en su sentido fuerte como débil, la razón es nuestra facultad para distinguir entre lo verdadero y lo falso, es decir, entre lo que no implica contradicción, y aquello que se corresponde con los hechos, pero en absoluto puede distinguir entre el bien y el mal.

¿Significa esto que Hume era un nihilista moral, para el cual todo está permitido, porque no existe base racional para precepto moral alguno? En absoluto. De hecho, Hume estaba convencido de que esos “instintos implantados” en la naturaleza humana a los que se refería en la anterior cita eran base más que suficiente para fundar una moral de carácter universal. Sencillamente, reclamar una fundamentación para la moral es una manía de filósofos, algo que nadie nunca les había pedido, porque gran parte de la humanidad ha podido desenvolverse perfectamente sin ella.

Por eso, no se trata de que Hume quiera desembarazarse del derecho natural, y de que las supuestas incongruencias de su sistema condenen al fracaso dicha pretensión, sino que en ningún momento el escocés niega la existencia de unos valores universales, y sí en cambio el falaz (y superfluo) intento de fudamentarlos en la razón, en lugar de en determinadas constantes psicológicas del ser humano.

¿Qué consecuencias se derivan de todo ello para los argumentos de Rothbard? En mi opinión, ninguna de carácter fatal para las ideas esenciales que defiende, pero sí importantes correcciones y limitaciones, que analizo en mi siguiente post. No se lo pierdan.

Nota bibliográfica:

Murray N. Rothbard, La ética de la libertad, Unión Editorial, 1995

David Hume, Tratado de la naturaleza humana, Editorial Tecnos, 1998