sábado, 25 de julio de 2009

Las cuatro razones para la independencia de Cataluña

Aunque en la práctica los independentistas son casi siempre nacionalistas, asumen sin manías cualquier clase de razonamiento que favorezca sus propósitos. Básicamente hay cuatro tipos de argumentos a favor de la independencia de Cataluña, que son el económico, el territorial, el democrático y el estrictamente nacionalista.


1. El argumento económico

Se resume en la tesis de que la independencia beneficiaría económicamente a los catalanes. La explicación más habitual es

a) que una Cataluña independiente no se vería obligada a aportar fondos destinados a otras regiones, y además

b)
podría llevar a cabo una política económica centrada exclusivamente en sus intereses. Pero también existe otra variante argumentativa, expuesta recientemente por Albert Esplugas, según la cual,

c)
un gobierno catalán totalmente autónomo ya no podría eludir sus responsabilidades culpando a Madrid de los problemas, lo cual permitiría a los ciudadanos exigirle resultados más tangibles.

Creo que el argumento a), pese a todo lo que se ha dicho y continuará diciéndose sobre las balanzas fiscales, es mucho más precario de lo que se suele creer, pues no tiene en cuenta que lo que se ahorra Cataluña en contribuciones al estado central, deberá invertirlo en servicios que ahora percibe de este, como es la defensa, determinadas infraestructuras, etc. Y eso suponiendo que la independencia fuese totalmente amistosa, sin boicots comerciales ni otro tipo de represalias, que ya es suponer.

En cuanto a b), o bien presupone un alto grado de intervención estatal en la economía, lo cual no es una garantía de creación de riqueza sino todo lo contrario, o bien –y aquí enlazamos también con c)– significa que un estado catalán independiente debería apostar por una política económica más liberal, aunque sólo fuera porque sería el único camino para conseguir un aumento de la riqueza que hiciese buena la independencia y restara credibilidad a sus críticos. En cuyo caso no tengo empacho en decir que yo sería también independentista. Pero ¿es esto creíble?

España es un estado independiente, en el que teóricamente los ciudadanos han podido elegir, desde hace más de treinta años, el gobierno que teóricamente ofreciera un programa económico más favorable a la creación de riqueza y por tanto a la prosperidad general. Pero no lo han hecho, han votado predominantemente a los socialistas. ¿Por qué razón los catalanes íbamos a ser esencialmente distintos?

Aunque no niego que la independencia de Cataluña sea viable económicamente (si lo es la de Andorra, ¿por qué no la de un territorio mucho mayor?), me parece sumamente discutible que eso implique además un aumento notable del nivel de vida de la población. No hay ninguna razón por la cual los catalanes, en un estado propio, debiéramos ser más competitivos o productivos de lo que somos ahora, salvo que exijamos a los legisladores y gobernantes una política económica francamente liberal, y nada indica que la mentalidad imperante se decante hacia esa dirección, lamentablemente.


2. El argumento territorial

Consiste en afirmar que un Estado territorialmente pequeño es preferible a uno grande, porque la administración está así más “próxima” a los ciudadanos. Es el argumento más endeble de todos. Yo no sé si conviene tener a la administración cerca, o lo más lejos posible, pero en cualquier caso, esto podría ser una razón para defender una mera descentralización como la que ya tenemos. No creo que nadie estuviera dispuesto a hacer grandes sacrificios por conseguir que el funcionario de la ventanilla que le atiende sea de un pueblo cercano al suyo, cosa que por lo demás ya suele suceder, incluso en estados mucho más centralistas que el nuestro. En cuanto a la variante de este argumento, según la cual los países pequeños pueden ser más adecuados para la libertad, creo que existen suficientes contraejemplos como para demorarnos en discutirla.


3. El argumento democrático

También conocido como derecho a la autodeterminación. Consiste en afirmar que la gente tiene derecho a decidir a qué estado quiere pertenecer.

El derecho de autodeterminación presenta el problema obvio de determinar –valga la redundancia– el sujeto que lo ejerce. Si el 51 % de la población de un territorio tiene derecho a decidir a qué estado pertenece (creando uno nuevo), ¿por qué razón el 49 % restante no tendría derecho a decidir su pertenencia al estado actualmente existente?

Aquí no vale decir que los votos deciden. Cuando se enuncia un derecho, se sobreentiende que es preexistente a la voluntad de cualquier mayoría, de lo contrario, es engañoso llamarlo derecho. No se puede votar quién tiene derecho a la vida o a la libertad de expresión, ni por tanto tampoco, suponiendo que exista, quién puede ejercer el derecho a la autodeterminación. Si los que se oponen a la independencia fueran sólo un diez por ciento, y en la parte del territorio que ocuparan fueran mayoría, deberían poder ejercer su propio derecho de autodeterminación, separándose del estado recién creado para, si así lo desearan, reintegrarse al que pertenecían antes. Y por supuesto, dentro de este enclave, la minoría discrepante debería poder hacer lo propio, y así sucesivamente hasta llegar a la unidad mínima concebible, que es el individuo.

En realidad, el derecho de autodeterminación sólo puede eludir estos absurdos desde una óptica nacionalista, en el cual el sujeto de derecho se da a priori, es decir, no es de naturaleza meramente voluntarista, sino histórica y cultural. Claro que lo mismo puede decirse de los argumentos anteriores. Efectivamente, si admitiéramos que los catalanes serían más ricos con un estado propio, ¿no podría decirse lo mismo de los madrileños?


4. El argumento nacionalista

Consiste en afirmar que existe una "nación" (concepto histórico y cultural) cuya “identidad” sólo podrá preservarse y desarrollarse plenamente con unas instituciones estatales propias. En realidad, como decía al principio, este es el argumento fundamental del independentismo real, aunque en absoluto desdeñe los de tipo económico o político.

Contra este argumento pueden oponerse dos críticas, una de carácter superficial (aunque no intrascendente) y otra mucho más profunda. La primera se formula así: No es cierto que con la independencia esté más garantizada la preservación de la cultura propia que con una simple descentralización. O bien ambas la garantizan, con lo cual la diferencia entre la autonomía y la independencia sería meramente cuantitativa, y probablemente no valdría la pena, o bien deberíamos enfrentarnos al hecho de que, en el actual mundo globalizado, ninguna cultura minoritaria está a salvo, con o sin estado propio.

La crítica profunda al nacionalismo es la siguiente: No se puede proteger una cultura o una “identidad” a costa de los derechos individuales. Concedido esto, ¿qué diferencia habría entre una autonomía y un estado propio? O dicho con menos miramientos, ¿para qué quieren los nacionalistas un estado propio, si no es para proseguir con sus imposiciones a los no nacionalistas con todavía menos trabas –siquiera teóricas– de las instituciones centrales?

Actualmente, el gobierno autónomo restringe las libertades lingüísticas de los castellanohablantes, en la educación, el comercio, etc, pero la oficialidad legal del castellano sigue siendo, si no un freno a su política antiliberal, sí al menos un recurso ideológico y jurídico en manos de la oposición al nacionalismo. En una Cataluña independiente, este último reducto ya no existiría. Los castellanohablantes pasarían a ser un colectivo protegido, es decir, en manos de la administración, que generosamente les ofrecería los medios para… aprender catalán de una vez y mostrarse eternamente agradecidos al estado rendentor catalán.

Carece de sentido defender la lengua, y quien dice la lengua dice la raza o el "paisaje" (véase Estatut), pasando por encima de las libertades individuales, salvo que adoptemos posiciones irracionalistas y preilustradas. O para que se me entienda, emparentadas con el fascismo. No en vano, el nacionalismo tiene en común con el racismo la tergiversación de los conocimientos científicos (historiográficos en un caso, biológicos en otro) para sostener la existencia de unas entidades ficticias como son la raza aria o la nación catalana. Por supuesto, siendo mucho más grave el racismo, porque promueve las políticas más brutalmente inhumanas, el nacionalismo presenta paralelismos obvios con esa forma de pensamiento, por mucho que se quiera revestir, sobre todo en el caso catalán, de moderación y hasta de liberalismo, lo que ya es el colmo.


Conclusión

La independencia de Cataluña, como de cualquier otro territorio, sólo se puede defender racionalmente partiendo de la premisa de que implica una mejora en el bienestar y en las libertades individuales de los ciudadanos de ese territorio, como mínimo. Esto sólo sería posible si los gobernantes del hipotético estado catalán estuvieran dispuestos a aplicar una política más liberal que la de cualquier gobierno español. Pero no hay indicios serios que de que esto pudiera ser así, sino más bien al contrario, verosímilmente se incrementarían las trabas, por ejemplo, a utilizar el castellano en diversas actividades. Y cuando los dirigentes creen o hacen creer que existen ámbitos en los que la "regulación" es legítima, difícilmente podrán resistir la tentación de extenderla a otros. Un estado catalán independiente no nos garantiza que fuéramos más libres ni más prósperos, sino que, por el contrario, nos hace temer a muchos catalanes que podría suponer un paso más en la dirección estatista, al son de los cantos patrióticos.